viernes, 20 de marzo de 2015

2# 3P1R María Martínez Diosdado

¡Hola, hola! Os traigo la segunda entrega de la propuesta "Tres palabras, Un relato". Hoy, María, nos concede una preciosa historia con grandes matices morales. Os aconsejo que dediquéis unos minutos a leerlo, merece la pena.

A ti, María, gracias. Me ha encantado tu fábula. Te mando un abrazo gigante, no cambies porque tienes un corazón de oro.



Esta es una historia con su parte de verdad, su parte de fantasía y su buena dosis de esperanza. Déjense llevar por la imaginación, por el corazón y sobre todo crean, que no hay arma más poderosa que la voluntad del ser humano.

LA SONRISA DE LÍA


LA TORTUGA

Cuenta la leyenda que una vez existió sobre la tierra el Hada de la Buena Voluntad. La cual tenía el poder de concederte todos tus deseos. Eso sí, cada cosa que quisieras lo lograrías a través de un reto que ella misma se encargaría de valorar si debía ser pequeño o grande. Según de grande o pequeño fuera el deseo. Y con la incertidumbre de no saber exactamente de qué tamaño sería su reto, aunque sabía que grande era su deseo, se encaminó Elen a conocer al Hada de la Buena Voluntad.

Elen era una anciana tortuga encargada de cuidar a cada una de las nuevas tortuguitas. Era buena, generosa y sobre todas las cosas tenía un corazón bondadoso, que se hizo pedazos el día que nació Lía.

Lía era al principio como todas las demás. Con su pequeñito caparazón, su diminuta cabeza y sus minúsculas patitas, traseras y delanteras. Era casi, casi, como sus amiguitas tortugas. La única diferencia de Lía era que carecía de movimiento. Podía oír, ver, sentir, aprender y sobre todo sonreír. Ese era su mayor encanto. Cuando alguien conocía a Lía, no veía en ella su falta de movilidad, sino la paz que mostraba, la fantasía, la felicidad de saberse, aunque fuera distinta, querida. Todo esto y más cosas cabían en un gesto que transmitía todas estas maravillas. Su risa era la luz, que sólo tienen los seres especiales como Lía.

Pero su mundo exterior era tan complejo y ajeno al interior que Elen se prometió a sí misma conseguir equilibrarlos, costara lo que costara. Así que con la determinación por bandera, cogió a Lía y la subió a su viejo y enorme caparazón. Y juntas se encaminaron a ver al Hada de la Buena Voluntad.

LA TORMENTA

Y juntas llegaron por fin.

Se podría decir que el estado de ánimo, en el cual estaban inmersas, iba y venía, entre el miedo, la incertidumbre y la felicidad que conllevaba el poder conseguir un mundo exterior que fuera más cómodo para la pequeña.




Y Elen, sabiendo todas estas cosas, se las expuso al Hada de la Buena Voluntad, que la escucho, atenta y pacientemente, mientras paseaba sus ojos, de la una a la otra. Hasta que entre tanto paseo paró en seco para dejarse atrapar por la dulce sonrisa, proveniente de la pequeña tortuguilla. Se conmovió ante algo tan tierno y no pudo menos que pensar qué como algo tan enormemente sobrecogedor procedía de algo tan diminuto.

Tras la conmovedora exposición que Elen hizo de Lía, el Hada se retiró a deliberar cuán de grande sería el reto, pues como ya sabemos, grande era el deseo. Y pensando, pensando, en la fuerza de voluntad de la anciana tortuga y en la preciosa risa de Lía, se le antojó que el reto, junto con la solución a sus deseos, sería superar El Bosque de la Tormenta, donde tendrían que vencer a la lluvia, al viento, al relámpago y al trueno. En este bosque se encontraba La Pirámide de los Tapones Mágicos, que tenía la capacidad de darle un mundo mejor a Lía, colmando así la dicha de Elen.

Todos estos elementos tenían un terrible poder. Cegaban los ojos, ensordecían los oídos pero sobre todo endurecían el corazón de los habitantes del bosque.

Como el Hada de la Buena Voluntad era muy justa y viendo la vejez de la una y la niñez de la otra, para que consiguieran vencer a los elementos, les otorgó un compañero de viaje. Se llamaba Don Elefante, un paquidermo joven, listo, fuerte y sobre todo dotado con un ingenio capaz de conmover, en lo más profundo, a las almas más duras.
LA PIRÁMIDE

Hasta allí se encaminaron los tres. Don Elefante llevando en su lomo a la anciana Elen y ésta portando en su viejo caparazón a la tierna Lía. Mientras caminaba el joven paquidermo, iba sumido en sus pensamientos, rumiando cómo vencer las dificultades que entrañaban los cuatro elementos del Bosque de la Tormenta. Sabía que era un bosque muy particular y especial. Sus habitantes tenían el don de poder fabricar tapones mágicos, pero estos seres no eran felices, ya que estaban sometidos al yugo de los elementos, los cuales no querían que construyeran la pirámide. Sabían que ésta tenía mucho poder y querían que los tapones mágicos que la formaban fueran para ellos.

Así que para que los habitantes del bosque no los regalaran, tramaron un malvado plan. La lluvia y el relámpago cegarían los ojos, así sus habitantes no podrían ver la ternura, la belleza, que hay en la solidaridad. El viento y el trueno no les dejarían escuchar cuánto bien se podría hacer con aquellos tapones. Los malvados elementos tenían tan claro que era un bien tan preciado, que harían todo lo posible por retenerlos.

Pero ninguno contó con algo que ni en sus peores pesadillas hubieran imaginado. La extraña figura triple que, con enorme determinación, hacia ellos se dirigía.

Y hasta allí se encaminaron llegando por fin a su destino. Lo que sucedió, tal vez sea lo más real de esta historia que les cuento y lo más mágico.

Tras mucho pensar, Don Elefante decidió que utilizaría su ingenio para contarles una historia dura, tierna y maravillosa. Con voz emocionada, se dirigió a los habitantes del bosque. Comenzó su discurso diciéndoles que imaginaran por un momento, sólo un instante, que son seres diminutos, que se parecen a los demás, sin llegar a serlo. Que viesen la dificultad de sus diferencias, la incapacidad de no poseer movimiento, las necesidades que esto conlleva, todos por un momento, por un instante que les pareció eterno, se sintieron como Lía. Y entonces sucedió lo más mágico del cuento de Don Elefante. Les mostró el mundo interior y maravilloso a través de la sonrisa de la pequeña tortuga. Como punto final, Don Elefante terminó su relato diciendo: “¿No querrían todos ustedes proporcionarle un mundo mejor como, con todo su corazón, desea darle Elen?”

Cuando lograron al fin entender todo esto, no hubo ya ni lluvia, ni relámpago que los quedara ciegos. Ni viento, ni trueno que los mantuviera en terrible silencio. Comprendieron que a veces la felicidad está en las cosas simples de la vida y que se puede oír, ver, sentir, aprender y sobre todo sonreír, como lo hacía la pequeña tortuguilla.

Y todos sus tapones mágicos formaron una pirámide enorme que no le devolvió el movimiento, pero sí le dio felicidad y dicha a Elen, por poder mejorar en muchas maneras su mundo externo. Y sobre todo, un bienestar que hizo por siempre eterna la sonrisa de Lía.

FIN

María Martínez Diosdado


¿Queréis como María participar en la propuesta?  ¡Indicadlo en comentarios!

8 comentarios:

  1. Enhorabuena a las dos!!! Una historia realmente bella y con un mensaje que todos deberíamos aprender.

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  2. Gracias Clara, esa era la idea. Pero sabes lo más hermoso que este cuento en mi vida se ha hecho real y es hermoso ver lo que la voluntad puede. Besos compi¡¡

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  3. Yo, querida mía, te indico en los comentarios que tienes un pequeño regalito en mi blog, el cual espero que te guste mucho y te alegre el comienzo del finde. Un abrazo enorme y felicidades!

    http://esthervampire.blogspot.com.es/2015/03/premio-liebster-award.html

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  4. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  5. Hola, soy de la Asociación Blogger y me quedo por aquí. Te espero en Aisha mas que un arte. Mil besos.

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  6. Hola Aisha el comentario es para Marta o para mi?

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  7. muy buenos los relatos, no me animo todavia a hacer algo así pero todo llegará

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  8. Animate Esther es muy bonito y reconfortante, besos

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