jueves, 29 de septiembre de 2016

'Te dejé ir' o la imposibilidad de huir de tu pasado

¡Hola, queridos lectores! Por aquí os dejo la reseña que me han publicado en la revista La Huella Digital.

Me ha gustado mucho el libro. La trama es muy, muy interesante y sorprende de principio a fin.

http://www.lahuelladigital.com/te-deje-ir-o-la-imposibilidad-de-escapar-de-nuestro-propio-pasado/

Y mi perfil de redactora: http://www.lahuelladigital.com/author/marta-morales/

Colabora tú también como redactor  y gana dinero con tus artículos en:  Publisuites

 

¿Te ha gustado la entrada? 
¡Pulsa el café e invítame a uno! 

miércoles, 21 de septiembre de 2016

Relato: El sabor más dulce

El sabor más dulce – Marta Morales Regacho

Saboreé mi paladar, dulce y amargo a la vez, algo difícil de explicar. Recorrí la sala con un vistazo rápido, centrándome especialmente en el espejo que tenía frente a mí. Sabía que me observaban, pero eso era lo de menos. Acaricié mis cicatrices con indiferencia, fingiendo que nada me afectaba. Podían herirme, gritarme… Mi conciencia estaba tranquila.

La joven preguntó por tercera vez, intentando mostrarse paciente:

-Respira, tenemos toda la mañana -Posó una mano sobre mi hombro-. Necesito que me relates qué ocurrió exactamente aquella noche. Cualquier detalle nos servirá de ayuda, ¿de acuerdo?

Cinco agentes, que agarraban sus armas con recelo, me intimidaban desde sus puestos. Sus miradas se clavaban como puñales en mi alma. Analizaban cada uno de mis movimientos, planeando cómo hacerme hablar más de lo que sabía. No me inspiraban confianza. Me mordí la lengua, no quería llorar. No frente a aquellos despiadados. Pero lo que aún no sabían era mi punto débil, jamás les concedería el placer de conocerlo. 

-Dinos la verdad y te dejaremos ir, muñeca -susurró un policía, acariciando mi espalda con su repugnante dedo-. Es fácil. 

-Ya se lo he dicho. Aquel payaso intentó matarme. ¿Contentos? ¿Eso querían escuchar?

Pude oír la carcajada de uno de ellos. Le miré fijamente sin pestañear, deseando que un rayo le fulminara en aquel momento. Con furia, apreté los puños hasta dejarme la marca de mis uñas. Me negaba a que siguieran torturándome de esa manera.

-La noche del veinticuatro, unas cámaras de seguridad del parque te grabaron llevando un objeto un tanto peculiar, diría yo. Horas más tarde se encontró un cuerpo sin vida en el mismo lugar. Demasiadas coincidencias, ¿no?


Hastiada de tanta presión, comencé a relatar.


Todo ocurrió muy rápido, apenas me dio tiempo a asimilar los hechos. Era viernes y ya estaba comenzando a atardecer, así que decidí salir a dar un paseo para disfrutar de los últimos instantes de luz. Un cartel luminoso llamó mi atención a unas manzanas de mi apartamento. Se podía leer a varios metros de distancia: “Circus Park”. La curiosidad me llevó a adentrarme en el lugar, parecía mágico. El recinto estaba repleto de carpas, vendedores ambulantes y niños que disfrutaban de lo que el circo les ofrecía. El dulce olor a algodón de azúcar y palomitas de mantequilla invadió de pronto todos y cada uno de mis sentidos. Me sentía inmensamente atraída por lo que contemplaba. Parecía haber retrocedido en el tiempo más de veinte años, cuando aún era una niña y visitaba los parques de la mano de mis padres. 

Me crucé con personajes de lo más peculiares, que tan sólo había visto en los libros de fantasía. Uno de ellos, un señor corpulento y estatura baja, sujetaba unas pesas de más cien kilos. Su expresión risueña se mantuvo en todo momento. Me sorprendió la facilidad con la que las llevaba, parecían no pesarle en absoluto. Tras él, una señorita con una serpiente sobre sus hombros a modo de bufanda. Caminaba de manera elegante, moviendo sus caderas al son del viento. De la melodía se encargaba un señor diminuto, montado sobre un monociclo. Entre sus manos llevaba una trompeta, cuyo sonido también me hizo recordar tiempos pasados. Y quien cerraba el desfile era una pareja de hermanas unidas por su propio cuerpo. Intenté buscar alguna diferencia entre ellas, pero me fue imposible. No paraban de hacer increíbles piruetas, que arrancaron al instante los aplausos de los espectadores. 

Como por arte de magia, una fuerte tormenta se desató de forma repentina tras la marcha de los circenses. La multitud comenzó a correr en todas las direcciones. Y los niños gritaban desconsolados, buscando a sus familias. Ante tal caótica situación me abrí paso entre el gentío, necesitaba resguardarme en un lugar seguro. A medida que corría más y más, sentía cómo se calaba mi ropa. Localicé a lo lejos una carpa iluminada, no más grande que una caseta, y me dirigí hacia ella con grandes zancadas. 

Vacilé unos segundos, no sabía si entrar o permanecer fuera. Me miré de nuevo de arriba abajo, iba empapada. Si no quería coger una pulmonía, lo mejor era esperar dentro hasta que cesara el temporal. Entonces, corrí con sigilo la cortina de la carpa.

-Disculpen, -pregunté en voz alta-. Verán, ¿podría esperar aquí hasta…?

Tan sólo había una persona en su interior, que se giró ante mi presencia. Un payaso de rasgos prominentes se entretenía lanzando al aire hasta cinco pelotas, una tras otra, sin perder el equilibrio. No dejó de mirarme en ningún momento.

-No te quedes ahí, por favor -Me invitó a pasar, esbozando una gran sonrisa.

Me tendió la mano y entré expectante. Tomé asiento en un viejo banco de madera y guardé silencio. El payaso comenzó a ensayar su número. Aquel sujeto tenía algo especial, algo que era incapaz de definir. Juraba haber visto aquellos grandes y expresivos ojos azules, que embrujaban y aterraban a la vez. Fruncí el ceño, comenzaba a sentirme incómoda.

Al finalizar su función, lanzó hacia arriba todas las pelotas, haciéndolas desaparecer en una nube de humo negro. Emitió una sonora carcajada, posando de nuevo su perversa mirada en mí. 

-Creo que se me es...está haciendo muy tarde… -tartamudeé, levantándome poco a poco-. Gracias por…

-No deberías andar sola, señorita -Se acercaba a pasos agigantados-. Éste es un lugar muy, muy peligroso…

La carpa de pronto se volvió oscura. Atemorizada, comencé a dar pasos hacia atrás, debía huir de aquel lugar maldito. Sin que me diera tiempo a gritar, el payaso me alcanzó con sus grandes manos. Apretó mis muñecas hasta hacerme rabiar de dolor y me arrastró por la arena algunos metros. 

-Te he echado tanto de menos todo este tiempo, Marina. Cómo has crecido desde la última vez…

-¡No me toques! -grité entre lágrimas-. ¡Tu hogar está en el infierno!

Las imágenes saturaron mi mente en tan sólo unos segundos. Jamás olvidaría a mi hermana muriendo en sus brazos.

El payaso se abalanzó, desatado como una bestia. Quedé hipnotizada por sus ojos, que ahora ardían en llamas. Una energía sobrenatural se introdujo en mi cuerpo, poseyéndome. Entonces, el mismísimo diablo respondió por mí. Me creía más fuerte que él, mi victoria estaba garantizada. Agarré su cuello y mordí hasta que noté su cálida y amarga sangre, deslizándose lentamente. Tendría una muerte lenta y dolorosa, tal y como merecía desde hacía mucho tiempo. 

Degusté en mis labios el sabor de la venganza.


 

¿Te ha gustado la entrada? 
¡Pulsa el café e invítame a uno! 

viernes, 16 de septiembre de 2016

Relato: La despedida

La despedida
Cerré los ojos con fuerza, con la esperanza de que al abrirlos todo hubiera cambiado. Miré mi reflejo en el charco, recorrí cada centímetro de mí. Mis manos blancas, como la cal. Mi tez desgastada, como si los años me hubieran alcanzado antes de tiempo. Mi expresión era triste y apagada, carente de vida. Toqué asustado el agua, esfumándose por un instante la cruda realidad.

Me sentía enfurecido con la vida, conmigo mismo. Quise gritar, llorar y mostrarle al mundo lo arrepentido que estaba. No salió más que un suspiro de mis labios, sabía que era demasiado tarde. ¿Eso era lo que iba a hacer?, me pregunté. ¿Quedarme de brazos cruzados, lamentándome de lo que pudo haber sido y no fue?

Alcé de pronto la cabeza y entonces les vi llegar a lo lejos. Venían todos y cada uno de ellos a los que esperaba. Sonreí al verles, sabía que no me fallarían en una fecha tan señalada. Papá y mamá iban primero, abrazados fuertemente con la mirada perdida. Los abuelos venían detrás, cogían de la mano a mi hermano, que sujetaba entre sus pequeños brazos un gran ramo de flores. Le vi tan menudo, tan parecido a mí; que no pude evitar emocionarme.

Todos caminaban como almas en pena, con el mismo gesto afligido. Parecían arrastrar sus cuerpos, formaban una oscura nube más de la tormenta. Sus pasos eran lentos y constantes, sabían dónde querían llegar, habían ido docenas de veces. No había semana que percibiera su ausencia, que no les viera realizar el mismo ritual. Las mismas palabras, los mismos movimientos. Sin embargo, hasta ahora había sido cobarde, lo reconozco. Me faltaba valentía para dar el paso, reconocer de una vez por todas lo que había ocurrido.

Rodearon entonces la tumba, haciendo de sus cuerpos la trinchera que todo lo cubre. Sus sollozos iban acompañados del silbido del viento, la banda sonora de todo cementerio. El lugar que más historias esconde, todas con nombre y apellidos. Dicen que todos los secretos van a parar allí, al lugar de nadie y a la vez de todos.

Y fue el abuelo el primero en romper el frío silencio que hasta ahora les unía. Dio un paso adelante y se situó frente a la lápida. Apretaba sus puños y miraba al cielo, rogándole al Señor. Temblando, dejó paso a la abuela. La mujer, entre lágrimas, depositó su rosario a los pies de la tumba, acompañado de una larga oración. Era el turno de papá, junto a Marcos. Ambos colocaron el ramo, dejando a la vista una preciosa fotografía de familia en su interior. El pequeño parloteó unas palabras que llegué a entender y lanzó el beso más grande que pudo dar. Papá, con el semblante serio que le caracterizaba, se limitó a orar en silencio. Cuando acabó, intercambiaron una mirada que todos entendieron: debían dejarla a solas.

Me acerqué hasta un árbol próximo. Observé a mamá más de cerca y me di cuenta de lo mucho que se había dejado. Ya no se maquillaba, ni peinaba apenas. No veía por ningún lado a mi madre de antes. Aquella persona de ojos vivos y sonrisa radiante. En su lugar, una persona con una amargura eterna. Condenada de por vida, como si hubiera cometido el mayor de los crímenes.

Sabía que no tardaría en desmoronarse, siempre le ocurría. Quise entonces enfrentarme a aquello que tanto miedo me daba, pero que debía hacer. Suspiré profundamente y me situé a su lado, me temblaba todo el cuerpo. Aun así, posé una mano en su hombro y lloré con ella mi propia muerte. Necesitaba que supiera que estaba allí, que realmente no me había ido. Sentía que tenía que confesarle todos mis pecados, tenía que sincerarme ante ella. Temía que mis esfuerzos fueran en vano, pero había que intentarlo.

No llores más, por favor… Estoy aquí, contigo…

Mamá continuó sollozando, ésta vez sentada sobre mi tumba. Parecía no escucharme u obviar mis palabras. ¿Acaso un año no había sido suficiente sufrimiento para ella? Acaricié sus cabellos y besé su frente. Si al menos no me veía, no quería partir sin despedirme.

Gracias por esos quince años que me diste de vida. Te quiero, mamá.

Como si milagrosamente hubiera sentido mi presencia junto a ella y mi despedida, tomó una bocanada de aire y acarició con la yema de sus dedos mi fotografía. A lo lejos, Marcos corrió a su encuentro. El abrazo de su hijo pareció reconfortarle y juntos de la mano partieron hacia la salida del cementerio.

Pero antes de cruzar la verja, Marcos dejó de caminar y se dio la vuelta. Comenzó a sacudir su brazo, a sonreírme desde la lejanía. Le respondí de la misma manera y puse un dedo en mis labios, tenía que guardar silencio. Le dijo algo a mamá, tirando de su mano para volver sobre sus pasos.

Adiós, familia.

Me desvanecí, no era el momento.

Marta Morales Regacho




 

¿Te ha gustado la entrada? 
¡Pulsa el café e invítame a uno! 

lunes, 12 de septiembre de 2016

Relato: El significado del amor

Elegí minuciosamente un conjunto digno para el momento: mi blusa favorita a rayas y unos vaqueros de color claro. Me alisé el pelo, como sólo en contadas ocasiones hacía, y para terminar de acicalarme, me eché unas gotas de perfume. Cuando estuve preparada, salí de casa, dejando todo atrás. No me lo creía, tanto tiempo esperando y al fin había llegado el día.

Subí al coche, que me esperaba desde hacía unos minutos y le recordé al conductor cuál era nuestro destino. Me sentía nerviosa, estaba impaciente por llegar.

¿Qué hará nada más verme? ¿Le gustaré?, pensé para mis adentros, como una quinceañera enamoradiza.

Al bajarme del taxi, no tardé en localizar el edificio, mi punto de encuentro. Me dirigí a él a paso ligero, no había tiempo que perder. A pesar de llegar antes de mi hora, me acerqué a la recepción.

-¿Su nombre señorita? -me preguntó la muchacha del mostrador.

-Celia Puentes

-A ver, a ver… Correcto, aquí está -verificó, sin apartar los ojos del ordenador-. Espere en la sala de espera, por favor.

Con una sonrisa le agradecí su trato y me senté tal y como me había dicho. Tomé una bocanada de aire y un trago de agua, sentía la boca seca. Observé la gente de mi alrededor, ¿estarían tan nerviosos como yo?

A los pocos minutos de estar esperando, los cuales se me hicieron eternos, una mano se posó sobre mi hombro y susurró:

-¿Señorita Puentes?

-Sí, soy yo, mucho gusto -exclamé, tendiéndole mi mano.

-Acompáñeme si es tan amable.

Me cogió del brazo y recorrimos juntos un ancho pasillo que nos condujo a una luminosa sala. La habitación era amplia y tenía pocos muebles. Un sillón, unas estanterías y un escritorio era todo lo que se podía encontrar. Así pues, ocupé el sillón y esperé de nuevo, pensando lo poco que faltaba para que mi vida diera un giro.

-Siéntate, así -ordenó el señor-. Os dejo solos.

En ese momento, se hizo el silencio. Tan sólo pude escuchar sus pasos hacia mí. Bastaron unas caricias para quedarme prendada. Pasé mi mano por su hocico y su cabecita, suave como el algodón, mientras las lágrimas bañaban mi rostro. Sentí sus muestras de cariño y el jadeo constante de alegría. Maldije por no poder ver más que una silueta de color claro. Todo para mí eran bultos y formas borrosas. Aun así, le tomé entre mis brazos y le mecí como si de un hijo se tratara.

Conocí entonces el significado del amor.
Marta Morales
 

 
Y para vosotros, ¿qué es el amor?

sábado, 10 de septiembre de 2016

RESULTADO CONCURSO

Y éstos son los resultados de la segunda fase... ¡Gracias una vez más!

PARTICIPANTE
 VOTA A..
María Martínez Diosdado
11
Érica Cánovas Morales
10
Patricia Gómez
 5
Ana González Rey
11
Roberto Ruiz
10
Fran Cazorla
5
María Jesús Sanz
5
Silvia Salcedo
11
Manuel Sanz Lázaro
11
Danny Rosse
5
Juan Antonio Marín
5
Adolfo Pascual
10
 
Relato nº 5 con... 5 VOTOS
Relato nº 10 con... 3 VOTOS
Relato nª 11 con... 4 VOTOS

ASÍ QUE... RELATO Nº5, ¡ENHORABUENA, ROBERTO!

Enhorabuena, realmente, a todos los que habéis participado y muchas gracias una vez más.

Relatos presentados: http://cadapalabrasentimiento.blogspot.com.es/2016/09/relatos-ii-concurso-de-relatos.html?m=1
Juan Antonio y Danny, también recibiréis un detalle.

martes, 6 de septiembre de 2016

2ª fase del II Concurso de Relatos del blog

¡¡¡Mis queridos lectores, hay una segunda fase!!! Han estado muy, muy igualados los votos en vuestros relatos, por lo que hay tres relatos que tienen el mismo número de votos.


NÚMERO
PARTICIPANTE
TÍTULO
 VOTA A..
Nº VOTOS
1
María Martínez Diosdado
¡Manolo… despierta!
6
0
2
Érica Cánovas Morales
Y llegaste con la nieve
10
1
3
Patricia Gómez
Huyendo del pasado
5
1
4
Ana González Rey
Sucedió al mediodía
11
1
5
Roberto Ruiz
La chimenea
3
2
6
Fran Cazorla
Volveré
5
1
7
María Jesús Sanz
Frente a la ventana
2
0
8
Silvia Salcedo
Hipnotizada
11
1
9
Manuel Sanz Lázaro
Náusea
12
0
10
Danny Rosse
La bellota George
4
2
11
Juan Antonio Marín
La joven
8
2
12
Adolfo Pascual
El fin del comienzo
10
1


Y los finalistas son...
-
5
Roberto Ruiz
La chimenea
Vota a 3
2 votos
|
10
Danny Rosse
La bellota George
4
2
11
Juan Antonio Marín
La joven
8
2

Dicho esto... adjunto los tres relatos finalistas. En esta fase debéis votar uno de los tres!
Muchas gracias de veras por participar y hacer posible un evento más en el blog.

 5.- La chimenea
Marta, con apenas cinco años, supo ver enseguida que la abultada barriga de su mamá le iba a traer problemas, y efectivamente, un par de meses después apareció en la casa como por encanto un pequeño intruso llorón que se llevaba todas las atenciones de su mamá y, lo que era infinitamente peor, lo que más le dolía, también las de su papá.

A tan temprana edad ya sabía lo que era odiar.

Tan pequeña, y ya tan paciente, sólo tenía que esperar que llegase la fría estación invernal, y que las manos que tanto la abrazaban no hacía mucho tiempo, tan ausentes de ella ahora, prendieran la llama en los troncos de la apagada chimenea para poder invocar a ese dios que, ella sabía, habitaba tras ese fuego, y así, de esa forma, solucionar el problema de ese maloliente intruso….con un pequeño empujón suyo….
10.- La bellota George

Hace mucho tiempo, en las tierras altas de Escocia, dos viejos y grandes robles dejaban caer sus bellotas a medida que entraba el otoño, todas excepto una a la que llamaron George. La bellota George quedó en la rama de uno de los robles durante más tiempo de lo que cualquier otra bellota había estado antes.
Un oscuro día de tormenta, cuando el viento soplaba más fuerte, George fue cogido por una potente corriente de aire y arrancado de aquella rama, yendo a parar sin poder evitarlo a la parte trasera de la camioneta de unos cazadores. George viajó durante cientos de millas al sur hasta llegar a la antigua ciudad romana de Towcester, donde los baches de la calle principal le impulsaron fuera de la camioneta hasta chocar contra el muro de la iglesia. Una anciana, que paseaba, contempló atónita cómo éste rodaba hasta chocar contra su zapato. Se agachó, lo cogió, se lo echó al bolsillo y continuó con su marcha hacia la colina a la que iba cada tarde a contemplar la puesta de sol. Una vez arriba, se sentó en el banco como de costumbre y contempló el horizonte, respirando profundamente. Cogió a George de su bolsillo, lo apretó en su mano y, como si un deseo estuviese pidiendo, cerró los ojos durante unos segundos. Se agachó, dejando a George en el suelo, y lo apretó con el pulgar introduciéndolo unos centímetros en la tierra. Pronto comenzó a echar raíces, augurando los tiempos que venían por delante. El buen tiempo de aquellos meses debilitaba cada vez más al pequeño George, que no había probado trago en los últimos tres días. Había comenzado a perder su esperanza, cuando el cielo se tornó negro y un fuerte estruendo rompió el silencio en aquella colina. Una enorme gota de agua cayó de lleno en la única y arrugada hoja de George, haciéndole recuperar la fe y creer que su vida en este mundo podría ser posible de nuevo. Ésta es la historia de George: el roble que algún día se convertiría en el más grande y esbelto del mundo.

11.- La joven

La joven leía cabizbaja un libro no muy grueso. El traqueteo del metro parecía no molestarla. No había nadie más en aquel vagón. Solo nosotros. Parecía estancada en la misma página. Nunca supe que hacíamos allí aquella noche, en aquella estación que elegí por error al querer huir de esta ciudad aunque no estaba claro si esa decisión estuvo fuera de lugar. Cuanto más la observaba, mayor era la paz que me transmitía. Inspiraba ternura, una necesidad insatisfecha de estar junto a ella por el resto de los días. Le pregunté por el título del libro. Me contestó sin alzar la vista: “Me perdí en tus sueños”. ¿Sobre qué trata?, volví a preguntar. Me respondió que: “había una vez un niño que soñaba, este niño creció, se hizo adulto. Dejó se soñar y perdió al niño que en él habitó”.

—¿Por qué huyes? —me preguntó de repente. 

—Porque, en esta ciudad, no puedo dormir.

Entonces alzó la vista y reconocí los ojos que soñaba cada noche de pequeño, recordé el crepitar del roble dando calor a la chimenea. Pasó de página y me fueron devueltos todos los sueños perdidos durante tantos años.

Reseña Música para feos - Lorenzo Silva

¿Casualidad o destino? Cuando la protagonista aceptó a regañadientes salir a tomar unas copas con su amiga, lo que menos pensaba era que a partir de entonces sus días iban a cambiar de forma radical. El viernes por la noche era aparentemente un día distinto, a un paso del fin de semana; sin embargo, para Mónica era un día más, igual de aburrido que el resto. El viernes era la jornada que más temía, siempre y cuando significara salir de su zona de confort.

Mónica era una chica de apenas treinta primaveras, con toda la vida por delante. De pronto, se ve envuelta en una relación un tanto curiosa, en la que el afortunado es Ramón, aquel sujeto solitario que conoció en un local nocturno. Los días van pasando y la protagonista no termina de conocer a fondo a Ramón; esconde secretos, quizás mentiras, pero es precisamente eso lo que le hace quedarse prendada. Necesita saber más de ese hombre. ¿Por qué tanto misterio? Son muchas las preguntas que se formula cada noche.

Música para feos es una novela del autor madrileño Lorenzo Silva. A este reconocido escritor le han concedido numerosos galardones como el Premio Nadal en el 2000 o el Premio Planeta en el 2012, entre otros. Acostumbrados a sus conocidas obras policíacas como la serie Bevilacqua o La aventura histórica de la Guardia Civil, sorprende su inclusión en una temática muy distinta: el amor.

Esta obra es una lectura ligera, que no deja de sorprendernos hasta la última página. No podemos olvidarnos de la maravillosa lista de reproducción que nos prepara el autor al final del libro, la cual nos pone en la situación de los personajes y nos introduce de lleno en la escena.

Si bien es cierto que existen momentos en los que la actitud de la protagonista puede llegar a sorprender, el argumento que aportan ambos personajes es más que suficiente para forjar una preciosa historia de amor de la que podremos disfrutar a lo largo de la novela. En esta obra encontramos tan sólo dos personajes y gran parte del libro narrado de forma epistolar. Aunque es sencillo en apariencia, debemos destacar la profundidad de su contenido. Esa aparente sencillez es la que consigue atrapar al lector y la que no permite dejar el libro hasta finalizar sus últimas páginas, en las que nos espera un espectacular desenlace.

Si lo que buscas es una novela de lenguaje y argumento ágiles, ¡no puedes dejar pasar Música para feos! Te aportará enseñanzas sobre el paso del tiempo y la importancia de vivir cada día como si fuese el último.
Marta Morales

Colabora tú también como redactor  y gana dinero con tus artículos en:  Publisuites

viernes, 2 de septiembre de 2016

Relatos II CONCURSO DE RELATOS

¡Hooooola! Queridos lectores aquí os dejo los relatos que me habéis enviado. Ya podéis votar; pero recordad, ¡sólo los que han participado pueden emitir un voto a un compañero! El resto ya lo sabéis ;) Disfrutad de los relatos y muchísimas gracias una vez más.
 
1.- ¡Manolo… despierta!

− ¡Manolo… despierta!
Y abrió los ojos, obediente al grito de esa voz. Se aferró a ese sonido para escapar de la mano de hierro que, muy lentamente, le apretaba sin misericordia los pulmones. Oía sus penosos pitidos y le parecieron el triste llanto de unas plañideras.
Lloraban por todo lo que se les iba en cada bocanada, en los intentos de respirar e inspirar, un segundo más de vida. Uno, dos, querían llevar la cuenta del escaso aire. Uno, dos, volvían a perderla.
Giró la cabeza, allí estaban ella y ellos reposando en la chimenea. Los antiguos rulos de la cabeza, la bata imitando a la seda, las zapatillas acolchadas, los restos de lo que fue Fulgencia.
Sus cenizas se levantaron para formar una figura horrenda, quería verlo sufrir. Contemplar su rostro de rosa purpura, al que se le salían los ojos de las cuencas, por irle quitando despacio la existencia. Había vuelto desde el más allá, para ejecutar su venganza vestida de polvo gris.
− ¡Manolo… despierta!
Y abrió los ojos, obediente a la voz de ella.
Fulgencia lo mirá con una extraña sonrisa, él tiene miedo, no sabe con certeza si está viva o muerta.


2.- Y llegaste con la nieve

El crepitar de la leña me invita a sentarme al calor de la chimenea con el viejo teckel a mis pies.
Mi marido se retrasa. La nieve cubre parte de la entrada a casa. La tormenta de anoche nos dejó incomunicados. No tengo medios para ponerme en contacto con él.
Me acomodo en el sillón. A través de la ventana puedo ver como el viejo roble sacude sus ramas con violencia. La tormenta no tardará.
Tomo un libro entre mis manos pero ni la lectura logra borrar el recuerdo de Hunter. Llevo seis meses casada y ya le he sido infiel a mi marido. ¿Por qué tuvo que besarme? El solo recuerdo de su boca provoca que mis labios ardan en deseo.
Fijo la mirada en mi anillo de casada. Es una alianza preciosa, pero me tiene presa en un matrimonio infeliz.
La puerta se abre provocando un gran estruendo. La nieve se cuela en el interior. El crujir de la madera me hace confiar en que mi marido ha regresado.

- Elisabeth, vengo por usted. Huyamos.

Ya a mi lado cubre mi rostro con sus manos. Nuestros labios se unen en un beso apasionado.

- Le amo, Hunter.

- La amo, Elisabeth.

3.- Huyendo del pasado

Dándole vueltas sobre mi dedo al anillo que heredé de mi madre, la única persona que algún día me quiso, valoro los pros y los contras de la situación. Tengo que decidir qué hacer, desaparecer y empezar de nuevo, o quedarme y seguir atada a mi pasado, el tiempo se me acaba. ¿Qué será mejor? ¿Qué no me falte la comida pero seguir siendo esclava soportando los abusos de mis patrones? ¿Huir, jugándomelo todo, hasta mi propia vida y conocer la libertad?

— ¡Negra! ¿Dónde te has metido? Ven a mi habitación ya.

El amo llega a la casa, se escucha desde fuera crujir los tablones de madera de roble de las escaleras mientras sube y no quiero soportar más sus manos sobre mi piel y sus golpes cuando me ve llorar.

Sin hacer ruido, salgo al salón y justo delante de la chimenea veo que se ha dejado la puerta entreabierta, algo que nunca hace. El nudo de mi estomago me impide correr, el palpitar de mi corazón me grita que lo haga.

El anillo me quema en el dedo, me está diciendo algo. Huye.

<>>

Y empiezo a correr, sin mirar atrás, buscando mi libertad
4.-Sucedió al mediodía

            Intentaba comprender como pudo pasar, como habíamos llegado a eso pero ya estaba hecho y no había marcha atrás.

            Mi mirada se perdía en la ventana. Era medio día y todo había sucedido a plena luz del día. Los gritos, la discusión… pudieron haberse oído. La casa estaba rodeada por otras con vecinos bastante cotillas. 
            El salón, donde había sucedido todo, tenía todos sus ventanales con cristales de gran tamaño.

            Me apresuré y comencé a cerrar todas las cortinas pero, estaban tan altas, que no conseguía cerrarlas bien.

            Al lado de la chimenea vi una silla, la acerqué a los ventanales y logré cerrar las cortinas por completo.

            Al bajar de la silla, volví a mirar la escena. El cuerpo estaba rodeado por un gran charco de sangre.

            Comprobé su pulso de nuevo y confirmé que su vida se había apagado.

            Eliminé todas las posibles pruebas que podrían culparme y salí por la puerta de la parte de atrás de la casa.

            Ella me esperaba en el coche con el motor encendido.

            Atravesamos la frontera y, por fin, pudimos comenzar la vida que tanto ansiábamos.
 5.- La chimenea
Marta, con apenas cinco años, supo ver enseguida que la abultada barriga de su mamá le iba a traer problemas, y efectivamente, un par de meses después apareció en la casa como por encanto un pequeño intruso llorón que se llevaba todas las atenciones de su mamá y, lo que era infinitamente peor, lo que más le dolía, también las de su papá.

A tan temprana edad ya sabía lo que era odiar.

Tan pequeña, y ya tan paciente, sólo tenía que esperar que llegase la fría estación invernal, y que las manos que tanto la abrazaban no hacía mucho tiempo, tan ausentes de ella ahora, prendieran la llama en los troncos de la apagada chimenea para poder invocar a ese dios que, ella sabía, habitaba tras ese fuego, y así, de esa forma, solucionar el problema de ese maloliente intruso….con un pequeño empujón suyo….
6.- Volveré
El sol moría despacio por los acantilados, la arena se tornaba rojiza y el mar ardía en millones de chispas. Permanecía mirando al horizonte, con los pies en el agua, cuando un pequeño frasco comenzó a golpear sus dedos al compás de las olas.
Lo observó un instante. Algo brillaba en su interior, y curiosa se agachó para recoger la botellita. Se quedó perpleja al comprobar que contenía un anillo.
Sonrió cuando le vino el mismo pensamiento que cuando veía aquellas botellas con barcos dentro, y siempre se preguntaba cómo los metían ahí.
     La humedad no le dejaba ver la inscripción. Hizo añicos el frasco contra una roca. Cuando tuvo el anillo en la palma de su mano, leyó la inscripción y sus ojos se inundaron de lágrimas
            Dos años antes.

            —Tengo un mal presentimiento. No quiero que vayas, cari.

            —Sólo serán unos días con los colegas—contestó sonriendo—. Seré bueno. Lo prometo.

            —Lo sé, pero ya sabes que no me gustan los barcos—suspiró resignada—. Siento como si no fuera a verte más.

            —Mi vida…—la abrazó con fuerza y le susurró al oído—. Pase lo que pase, siempre volveré a tu lado…

 7.- Frente a la ventana

Sentada frente a la ventana con un colacao en sus doloridas manos, mirando las gotas de lluvia acariciar el cristal, mientras las lágrimas hacian surcos en sus mejillas, poco a poco se inventó una vida distinta a la que le había tocado vivir.
Con sus apenas 23 años, mirando su silueta reflejada entre gota y gota, vio los efectos del tratamiento, su cabeza desprovista de pelo, sus ojeras, su piel traslucida, su rostro cansado, sus despobladas cejas y escasas pestañas,... y entonces fue que algo brilló reflejándose ante ella, era su anillo, el anillo que su amor le había regalado días antes de darle el diagnóstico... Y sonrió... sonrió porque se vio curada, hermosa, feliz. Llena de salud y vida.
Y sabía que quizá el amor no pudiera con todo, pero no dejaría que nada le arrebatara aquella sonrisa mientras tuviera un aliento de vida

8.- Hipnotizada
Si se lo hubiera explicado a alguien pensaría que estaba loca, por eso me juré y perjuré que nunca se lo contaría a nadie, me quedaría con esa locura para mí.
Todos los inviernos volvía a revivir la misma fantasía, un hechizo cobraba vida para demostrarme que mi mundo místico iluminaba mi alma donde yo era esa “campanilla” soñada y donde todo era posible gracias a la magia.
Cada vez que miraba la chimenea me quedaba hipnotizada, volvía a mi mundo imaginario donde todos esos seres misteriosos formaban un círculo mágico, saltando y bailando, alrededor del mismo, alegres y jubilosos, disfrutando de la vida.
Resultan invisibles para los ojos humanos, a pesar de tener apariencia humana; Sin embargo, conmigo hacen una excepción.  Algo tan natural como que  las sombras interactúan y cobran vida, emitiendo infinidad de chispas luminosas,  las imágenes ganan vivacidad evadiéndome de la realidad para vivir mil y una sensaciones que amplia mis horizontes y me hace soñar.
Un invierno más había pasado hipnotizada. Dos mundos tan parecidos y tan distintos a la vez que me fascinaban y volvería a sucumbir una y otra vez ante su hechizo.
Que tu realidad y tus sueños siempre sean encantados.
 
9.- Náusea
 El viento acerca el olor. Un momento antes la mirada se dirigió a la mesa situada a su izquierda, cerca de el roble. El plato desprendía una hilaza blanca. Vuelve a verse en la cocina pequeña. De nuevo la voz lastrada por la fatiga, le insiste en comer un poco más. Y, huyendo del olor a visceras  expuestas largo tiempo al sol de agosto que le trae el puré lleno de grumos, traga una nueva cucharada y un camino de arrugas se dibuja en la frente en el momento exacto en que la cuchara vacía aparece de nuevo en la mesa y su contenido recorre la tráquea.

 Las gotas de lluvia que golpean el suelo le devuelven al presente. Se levanta rápido, la mano en la boca. Solo desea que el servicio no esté ocupado.
 

10.- La bellota George

Hace mucho tiempo, en las tierras altas de Escocia, dos viejos y grandes robles dejaban caer sus bellotas a medida que entraba el otoño, todas excepto una a la que llamaron George. La bellota George quedó en la rama de uno de los robles durante más tiempo de lo que cualquier otra bellota había estado antes.
Un oscuro día de tormenta, cuando el viento soplaba más fuerte, George fue cogido por una potente corriente de aire y arrancado de aquella rama, yendo a parar sin poder evitarlo a la parte trasera de la camioneta de unos cazadores. George viajó durante cientos de millas al sur hasta llegar a la antigua ciudad romana de Towcester, donde los baches de la calle principal le impulsaron fuera de la camioneta hasta chocar contra el muro de la iglesia. Una anciana, que paseaba, contempló atónita cómo éste rodaba hasta chocar contra su zapato. Se agachó, lo cogió, se lo echó al bolsillo y continuó con su marcha hacia la colina a la que iba cada tarde a contemplar la puesta de sol. Una vez arriba, se sentó en el banco como de costumbre y contempló el horizonte, respirando profundamente. Cogió a George de su bolsillo, lo apretó en su mano y, como si un deseo estuviese pidiendo, cerró los ojos durante unos segundos. Se agachó, dejando a George en el suelo, y lo apretó con el pulgar introduciéndolo unos centímetros en la tierra. Pronto comenzó a echar raíces, augurando los tiempos que venían por delante. El buen tiempo de aquellos meses debilitaba cada vez más al pequeño George, que no había probado trago en los últimos tres días. Había comenzado a perder su esperanza, cuando el cielo se tornó negro y un fuerte estruendo rompió el silencio en aquella colina. Una enorme gota de agua cayó de lleno en la única y arrugada hoja de George, haciéndole recuperar la fe y creer que su vida en este mundo podría ser posible de nuevo. Ésta es la historia de George: el roble que algún día se convertiría en el más grande y esbelto del mundo.

11.- La joven

La joven leía cabizbaja un libro no muy grueso. El traqueteo del metro parecía no molestarla. No había nadie más en aquel vagón. Solo nosotros. Parecía estancada en la misma página. Nunca supe que hacíamos allí aquella noche, en aquella estación que elegí por error al querer huir de esta ciudad aunque no estaba claro si esa decisión estuvo fuera de lugar. Cuanto más la observaba, mayor era la paz que me transmitía. Inspiraba ternura, una necesidad insatisfecha de estar junto a ella por el resto de los días. Le pregunté por el título del libro. Me contestó sin alzar la vista: “Me perdí en tus sueños”. ¿Sobre qué trata?, volví a preguntar. Me respondió que: “había una vez un niño que soñaba, este niño creció, se hizo adulto. Dejó se soñar y perdió al niño que en el habitó”.

—¿Por qué huyes? —me preguntó de repente. 

—Porque, en esta ciudad, no puedo dormir.

Entonces alzó la vista y reconocí los ojos que soñaba cada noche de pequeño, recordé el crepitar del roble dando calor a la chimenea. Pasó de página y me fueron devueltos todos los sueños perdidos durante tantos años.


12.- El fin del comienzo

El crepitar de la leña en la chimenea, me relajaba, ere ese momento de la noche, la jornada había sido especialmente dura, la maldita enfermedad me come por dentro, ya son más las horas que estoy inconsciente, por culpa de los opiáceos, que las que soy dueño y señor de mi propia existencia.

Acabo de quedarme solo, la persona que me cuida ha tenido que salir, tiene obviamente tareas fuera, para poder ir subsistiendo dentro. Sé que apenas me quedan unas semanas de esta agonía, lo llevo con dignidad, solo hay una cosa que me incomoda, el tener que hacer el tránsito de esta manera. Solo podía a ver sido peor, creo que siempre he tenido miedo a una muerte por asfixia, ya fuera por agua o por fuego, pero la verdad, esta no es nada grata, lo vivo con cierta paciencia, pero no soporto mirarme al espejo, no soporto verme deteriorar de esta manera, sentirme deshacer como un pedazo de hielo al sol sin poner remedio a ello de ninguna de las maneras.

Siento tener que depender de otra persona, de la merma de intimidad, pero siempre he creído que esto es un simple tránsito, el fin del comienzo.
 

Cada palabra un sentimiento © 2010 | By Fancy Art and designs Con la tecnología de Blogger