Primera parte, AQUÍ.
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Ser
voluntaria
Era
miércoles, 1 de enero, y había amanecido con un sol radiante que indudablemente
invitaba a salir. En un día como aquél comenzaba un nuevo año y con él la
puesta en marcha de los propósitos. Tomé la hoja entre mis manos y leí en voz
alta y con una gran sonrisa: "Ser voluntaria". El primer reto del año
consistía en participar en algún tipo de voluntariado. Ayudar a todos los que
lo necesitarán o simplemente disfrutaran con
mi presencia. Para obtener más información y encontrar el sitio
adecuado, cogí mi portátil y busqué en infinidad de páginas acerca de mis
intereses. En muchas de ellas requerían un título especial, el cual no poseía,
lo que me obligaba a seguir trabajando duro hasta dar con algo que me convenciera y, sobre todo, que pudiera
cumplir todos los requisitos.
A
pesar de llevar un par de horas sin éxito alguno, mis ganas e ilusión no
disminuyeron. Así pues, continué con la tarea mientras comía un sandwich
vegetal de dos pisos, cuya función cumplió: saciar el implacable hambre que
tenía hasta entonces. Desechando posibilidad y añadiendo otras, al final di con
ello. Mi puesto de voluntaria lo iba a gestionar Cruz Roja. Un titular de la
web de la misma anunciaba así:
«¡ABIERTO EL
PLAZO DE INSCRIPCIÓN PARA EL VOLUNTARIADO EN LOS HOSPITALES LA PAZ
Y GREGORIO MARAÑÓN (sábados por la mañana)!
Rellene
formulario para más información.»
Tras haber leído la poca información que ofrecía la web, rellené con todos mis datos el formulario y pulsé el botón de enviar, confiando plenamente en que contactarían conmigo. Eran tales las ganas que tenía de participar en la actividad, que decidí mandarles un correo directamente al email que adjuntaban, transmitiéndoles mis intereses.Y como positividad no me faltaba, di por finalizada la búsqueda, al menos por aquella mañana.
Para mi sorpresa y tal sólo habiendo
pasado apenas tres horas desde mi solicitud, mi teléfono anunció la llegada de
un nuevo correo. Éste, cuyo remitente era Cruz Roja, me citaba para
entrevistarme en la mañana del 2 de enero en el mismo Hospital La Paz de
Madrid.
Si poder evitar sentir
ciertos nervios al pensar que iba a ocupar un puesto como voluntaria en breve y
sorprendida ante la rapidez del proceso, me planté frente a la puerta principal
del edificio y tras suspirar profundamente entré en él. Por suerte, no me costó
demasiado trabajo encontrar la sala en la que me entrevistaban. Toqué la puerta
y tomé el picaporte.
−Buenos
días, venía a una entrevista para el puesto de voluntaria− saludé al caballeró
que me atendió.
−Efectivamente,
aquí es. Pasa.
La
entrevista fue rápida y muy sencilla. Los encargados quedaron, a mi parecer,
conformes con mis respuestas y no tardaron en informarme acerca de qué debía
hacer y cuándo podía comenzar.
−¿Esta
tarde a las cinco te parece bien venir a conocer a los niños? −me preguntó
Rosa, la coordinadora.
−¡Claro,
por supuesto! A las cinco estaré aquí −contesté muy entusiasmada.
Cuando
quise darme cuenta ya frente a ellos. Un grupo de doce niños, todos de
distintas edades. Los había pequeños, de unos dos o tres años, hasta más
mayores de once o doce. Ante aquella situación, mi corazón se encogió. Muchos
de aquellos niños portaban una bolsa de oxígeno; otros, sin embargo, llevaban
vendada alguna extremidad. Pero fuera cual fuera su problema ahí seguían,
sonriendo; sin perder el espíritu navideño con sus gorros y espumillones. Me
resultaba increíble la fortaleza emocional que tenían.Pensar en las fechas en
las que estábamos y que los pequeños tenían que estar en un lugar como éste, me
entristecía aún más. Pero no debía superarme, o al menos frente a ellos que
estaban dando lo mejor de sí mismos con la acogida magnífica que me brindaron
nada más entrar.
−¿¡Quién quiere hacer la carta a los Reyes Magos conmigo!? −les pregunté eufórica.
−¡¡¡YOOOOOO!!!
−gritaron todos al unísono.
Así
pues, comencé a repartir folios a todos los niños y bolígrafos de colores.
Quería que aquellas navidades fueran recordadas por todos, hacerlas especiales
y hacerles sentir únicos. Inmediatamente, cada uno se puso manos a la obra con
su papel. A los pequeños tuve que ayudarles. Me senté junto a ellos, les
pregunté qué es lo que más deseaban recibir como regalo. A continuación, dejé
que decoraran la carta a tu gusto. Pero mientras escribía, la respuesta de uno
de los niños llamó enormemente mi atención, lo cual me provocó un nudo en la
garganta.
−Sólo
quiero pedirles una cosa a los Reyes −articuló, mirándome fijamente a los
ojos−. Quiero que me traigan a mi mamá.
−¿Dónde
está mamá, cariño? −pregunté con apenas un susurro. −Papá me dijo que mamá se había ido...para siempre. Pero yo me he portado bien, los Reyes me la traerán, ¿verdad?
Quizás lo más sencillo y la forma de no herir al pequeño, pero sí engañarle, hubiera sido escribir "mamá" en la carta. Pero no siempre el camino fácil es el adecuado. En este momento debía enfrentarme a la situación, por dura e injusta que me pareciese.
−Claro,
seguro que has sido muy bueno, Juan. Pero los Reyes no siempre pueden traer
todo lo que les pedimos... Aún así estoy segura de que mamá está muy orgullosa
de ti −dije, acariciándole la cabeza.
−¡Entonces
no quiero nada! −exclamó Juan, frunciendo el ceño.−Bueno... si explicamos a los Reyes cómo te sientes, quizás te puedan ayudar.
−Les haré un dibujo...
−Así es, cariño. Muy bien.
La
mañana transcurrió muy rápido, fue realmente intensa y cargada de emociones.
Alegría, ya que pude compartir con los niños momentos increíbles donde disfruté
viéndoles sonreír; y por otro lado, tristeza, porque me parecía injusto que
tuvieran que pasar las Navidades en el hospital y en aquellas condiciones. Pero
de todo ello saqué una profunda reflexión, la inocente visión que tienen ellos
hace que cualquier problema tenga solución y nos enseñan así a los adultos a
ser felices. Y entonces salí del hospital emocionada, conmovida por la
mezcla de emociones que me había producido el haber cumplido mi primer reto del
año con tan solo una idea en la cabeza: fui capaz de hacerles olvidar dónde y
por qué estaban allí.
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