Querido/a lector/a, si estás
leyendo este cuaderno significará que al fin lo has encontrado, buscándolo o
no. Así pues coge asiento; leerlo te tomará un tiempo. No obstante, espero y
deseo que con él aprendas. Que mi experiencia te sirva como ejemplo, como ayuda
en un futuro próximo. Por ello y mucho más te invito a que hagas lo mismo que
yo: que dejes constancia de tus actos. Y ahora te voy a dar algunos consejos:
no dejes que nada te pare, sé crítico y consecuente, y lo más importante, hagas
lo que hagas, sé feliz.
Sin más dilación, a continuación
te relato mi historia. Lo que un día me propuse y conseguí.
De
nuevo, la tradición llamaba a mi puerta aquel 31 de diciembre. Mi familia y yo
nos juntábamos en una fecha tan señalada para celebrar la entrada del nuevo
año. Estos días se traducían inevitablemente en comilonas, consumo a última
hora y reuniones. Pero no todo eso era lo que caracterizaba estos días tan
especiales, también el compartir momentos con los míos, desconectar de la
rutina y la promesa de nuevos propósitos para año que estaba a punto de entrar.
Pero aquella vez sería diferente. Esos propósitos no quedarían en el olvido,
como cada año ocurría.
Mi
reloj marcaba las seis de la tarde cuando desperté de un profundo sueño. Debía
apresurarme, aún tenía muchas tareas pendientes. Preparar algunos canapés para
llevar a la cena, que tendría lugar en unas horas, arreglarme y echar gasolina,
eran algunas de ellas. Sin olvidar, por supuesto, realizar las últimas compras
de los regalos de Navidad. Juguetes para los pequeños. Perfume o joyas para los
mayores. Consumo, consumo y más consumo para todos. A pesar de disfrutar como
la que más la compañía en familia, las celebraciones y los regalos; en
realidad, renegaba de una fecha como aquélla. ¿Por qué no se podían hacer los
regalos en marzo, sin motivo alguno?¿Por qué esperábamos a Navidad para
juntarnos todos? Era algo que no llegaba a comprender, pero como tradición que
era, había que hacerlo.
Engullí
de un solo bocado lo que me quedaba de merienda y me fui desvistiendo hasta
llegar a la ducha, donde dejé que el agua caliente desentumeciera cada
centímetro de mi cuerpo. Con el albornoz puesto, me planté frente al armario
donde escogí la ropa para la cena de Nochevieja: una blusa de color rosa palo y
unos pantalones oscuros. Tomé los bártulos, intentando no olvidar nada y dejé
mi casa por un día, sin saber que al regreso mi vida habría dado un importante
cambio.
Y
llegado el momento de brindar por un año nuevo al menos igual de bueno que el
presente, llegó con él el momento de los propósitos. Ni más ni menos que
promesas, cambios y mejoras. Aquéllas que la mayoría de las veces no se tomaban
en serio. Aquéllas que siempre quedaban en un "yo creía..." o
simplemente quedaban en un segundo plano. Entonces decidí que en mi caso iba a
ser distinto. Yo misma me reté a cumplirlas y actuar en consecuencia de esos
actos.
Tomé
un cuaderno y un bolígrafo y me senté a meditar qué clase de cosas quería
cambiar o mejorar en mi vida. Cómo podía contribuir con mi granito de arena,
cómo crecer como persona. Así pues, dejé mi mente fluír y comencé a enumerar:
[√]
Ser
voluntaria
Era
miércoles, 1 de enero, y había amanecido con un sol radiante que indudablemente
invitaba a salir. En un día como aquél comenzaba un nuevo año y con él la
puesta en marcha de los propósitos. Tomé la hoja entre mis manos y leí en voz
alta y con una gran sonrisa: "Ser voluntaria". El primer reto del año
consistía en participar en algún tipo de voluntariado. Ayudar a todos los que
lo necesitarán o simplemente disfrutaran con
mi presencia. Para obtener más información y encontrar el sitio
adecuado, cogí mi portátil y busqué en infinidad de páginas acerca de mis
intereses. En muchas de ellas requerían un título especial, el cual no poseía,
lo que me obligaba a seguir trabajando duro hasta dar con algo que me convenciera y, sobre todo, que pudiera
cumplir todos los requisitos.
A
pesar de llevar un par de horas sin éxito alguno, mis ganas e ilusión no
disminuyeron. Así pues, continué con la tarea mientras comía un sandwich
vegetal de dos pisos, cuya función cumplió: saciar el implacable hambre que
tenía hasta entonces. Desechando posibilidad y añadiendo otras, al final di con
ello. Mi puesto de voluntaria lo iba a gestionar Cruz Roja. Un titular de la
web de la misma anunciaba así:
«¡ABIERTO EL
PLAZO DE INSCRIPCIÓN PARA EL VOLUNTARIADO EN LOS HOSPITALES LA PAZ
Y GREGORIO MARAÑÓN (sábados por la mañana)!
Rellene
formulario para más información.»
Tras haber leído la poca información
que ofrecía la web, rellené con todos mis datos el formulario y pulsé el botón
de enviar, confiando plenamente en que contactarían conmigo. Eran tales las
ganas que tenía de participar en la actividad, que decidí mandarles un correo
directamente al email que adjuntaban, transmitiéndoles mis intereses. Y como
positividad no me faltaba, di por finalizada la búsqueda, al menos por aquella
mañana.
Para mi sorpresa y tal sólo habiendo
pasado apenas tres horas desde mi solicitud, mi teléfono anunció la llegada de
un nuevo correo. Éste, cuyo remitente era Cruz Roja, me citaba para
entrevistarme en la mañana del 2 de enero en el mismo Hospital La Paz de
Madrid.
Si poder evitar sentir
ciertos nervios al pensar que iba a ocupar un puesto como voluntaria en breve y
sorprendida ante la rapidez del proceso, me planté frente a la puerta principal
del edificio y tras suspirar profundamente entré en él. Por suerte, no me costó
demasiado trabajo encontrar la sala en la que me entrevistaban. Toqué la puerta
y tomé el picaporte.
−Buenos
días, venía a una entrevista para el puesto de voluntaria− saludé al caballero
que me atendió.
−Efectivamente,
aquí es. Pasa.
La
entrevista fue rápida y muy sencilla. Los encargados quedaron, a mi parecer,
conformes con mis respuestas y no tardaron en informarme acerca de qué debía
hacer y cuándo podía comenzar.
−¿Esta
tarde a las cinco te parece bien venir a conocer a los niños? −me preguntó
Rosa, la coordinadora.
−¡Claro,
por supuesto! A las cinco estaré aquí −contesté muy entusiasmada.
Cuando
quise darme cuenta ya frente a ellos. Un grupo de doce niños, todos de
distintas edades. Los había pequeños, de unos dos o tres años, hasta más
mayores de once o doce. Ante aquella situación, mi corazón se encogió. Muchos
de aquellos niños portaban una bolsa de oxígeno; otros, sin embargo, llevaban
vendada alguna extremidad. Pero fuera cual fuera su problema ahí seguían,
sonriendo; sin perder el espíritu navideño con sus gorros y espumillones. Me
resultaba increíble la fortaleza emocional que tenían. Pensar en las fechas en
las que estábamos y que los pequeños tenían que estar en un lugar como éste, me
entristecía aún más. Pero no debía superarme, o al menos frente a ellos que
estaban dando lo mejor de sí mismos con la acogida magnífica que me brindaron
nada más entrar.
−¿¡Quién
quiere hacer la carta a los Reyes Magos conmigo!? −les pregunté eufórica.
−¡¡¡YOOOOOO!!!
−gritaron todos al unísono.
Así
pues, comencé a repartir folios a todos los niños y bolígrafos de colores.
Quería que aquellas navidades fueran recordadas por todos, hacerlas especiales
y hacerles sentir únicos. Inmediatamente, cada uno se puso manos a la obra con
su papel. A los pequeños tuve que ayudarles. Me senté junto a ellos, les
pregunté qué es lo que más deseaban recibir como regalo. A continuación, dejé
que decoraran la carta a tu gusto. Pero mientras escribía, la respuesta de uno
de los niños llamó enormemente mi atención, lo cual me provocó un nudo en la
garganta.
−Sólo
quiero pedirles una cosa a los Reyes −articuló, mirándome fijamente a los
ojos−. Quiero que me traigan a mi mamá.
−¿Dónde
está mamá, cariño? −pregunté con apenas un susurro.
−Papá
me dijo que mamá se había ido...para siempre. Pero yo me he portado bien, los
Reyes me la traerán, ¿verdad?
Quizás
lo más sencillo y la forma de no herir al pequeño, pero sí engañarle, hubiera
sido escribir "mamá" en la carta. Pero no siempre el camino fácil es
el adecuado. En este momento debía enfrentarme a la situación, por dura e
injusta que me pareciese.
−Claro,
seguro que has sido muy bueno, Juan. Pero los Reyes no siempre pueden traer
todo lo que les pedimos... Aún así estoy segura de que mamá está muy orgullosa
de ti −dije, acariciándole la cabeza.
−¡Entonces
no quiero nada! −exclamó Juan, frunciendo el ceño.
−Bueno...
si explicamos a los Reyes cómo te sientes, quizás te puedan ayudar.
−Les
haré un dibujo...
−Así
es, cariño. Muy bien.
La
mañana transcurrió muy rápido, fue realmente intensa y cargada de emociones.
Alegría, ya que pude compartir con los niños momentos increíbles donde disfruté
viéndoles sonreír; y por otro lado, tristeza, porque me parecía injusto que
tuvieran que pasar las Navidades en el hospital y en aquellas condiciones. Pero
de todo ello saqué una profunda reflexión, la inocente visión que tienen ellos
hace que cualquier problema tenga solución y nos enseñan así a los adultos a
ser felices. Y entonces salí del hospital emocionada, conmovida por la
mezcla de emociones que me había producido el haber cumplido mi primer reto del
año con tan solo una idea en la cabeza: fui capaz de hacerles olvidar dónde y
por qué estaban allí.
[√]
Cuidado
de la naturaleza
Mi
segundo, pero no menos importante, reto del año consistía en aportar mi granito
de arena como buena ciudadana. Cuidar de nuestra madre naturaleza, limpiando
una parte de ella, era la base fundamental de la tarea. Así pues, tras haber
ingerido mi café rutinario con un extra de azúcar, tomé bolsas resistentes de
basura, guantes, y muchas, muchas ganas de contribuir. Cogí mi coche y me
dirigí al norte de Madrid: a La Pedriza.
Descargué
todos los bártulos y me puse manos a la obra en un llano, cercano a una
barbacoa. Como imaginé, esa zona estaría abarrotada de basura. La gente era así
de descuidada. Lo pasaban en grande comiendo con familia y amigos y cuando
acababan dejaban todo hecho un desastre. ¿Tanto costaba realmente dejar todo
tal y como lo habían encontrado? Dejé la frustración a un lado. Había de todo:
latas vacías, pañuelos sucios, envoltorios de todo tipo, comida descompuesta,
botellas de cristal, pudiendo ocasionar aterradores incendios, que acabaran con
nuestros bosques.
Cuando
acabé con la zona de la barbacoa, me fui montaña arriba a seguir limpiando. Y
aunque era completamente agotador hacer todo ello sola, me resultaba de lo más
reconfortante. La zona ante la que me encontraba esta vez había sido usada
claramente por jóvenes. Botellas por todos lados, vasos de plástico usados,
servilletas, bolsas de aperitivos... Todo un caos había allí y ni rastro de los
culpables. Y en cuanto acabé esa tarea seguí subiendo en busca y captura de más
zonas para limpiar. Pero lo que encontré allí no era precisamente un montón de
basura, sino un dulce e inofensivo cachorro de perro Labrador. Agazapado tras
un árbol, al que estaba atado con una correa azul. Temblaba de frío y miedo; me
miraba desde abajo, pidiendo a gritos ayuda. Me acerqué despacio a él y le
ofrecí mi mano para que la oliera; no iba a hacerle daño.
̶
Pero bueno...chiquitín... ̶ susurré, para no asustarle más.
Intentando
pensar que se había perdido, caí en la cuenta de que eso era imposible. El
perro había sido atado y abandonado en un árbol. A merced de cualquiera que
quisiera herirlo, o del mismo frío morir. ¿Quién era tan cruel de hacer eso con
un animal? Todas las estadísticas cuadraban. Había leído que seis de cada diez
mascotas que se regalaban en Navidad eran abandonadas al poco tiempo.
Efectivamente, este perro estaba siendo una víctima más. No pude hacer menos
que dar por finalizada la tarea de limpieza y hacerme cargo del cachorro;
necesitaba mi ayuda.
Me
dirigí directa al veterinario donde pudieran identificar al animal, ponerle las
vacunas correspondientes y darle un buen baño que quitara toda aquella
suciedad. Cuando llegamos al fin, le expliqué a la veterinaria la situación. El
cachorro no tenía chip, no podíamos localizar a los desalmados que le
abandonaron.
̶
¿Le gustaría quedarse con él? ̶ preguntó
la veterinaria, mientras acariciaba la cabeza del cachorro ̶ . Sino será
llevado esta misma mañana a la protectora. Nosotros no podríamos hacernos
cargo.
̶
¡Claro! ̶ exclamé, sin pensarlo dos
veces.
Los
encargados del veterinario me informaron de todo el proceso de adopción y de
las pruebas que debían hacerle antes al perro. Durante la mañana le prepararían
y esa tarde el animal estaría ya viviendo conmigo. Le debían poner un microchip
de identificación, pesarle, hacer análisis, y ponerle al día la cartilla de
vacunación.
̶
¿Tiene ya nombre el cachorro? ̶ quiso
saber la muchacha ̶ . Tenemos que indicarlo en la cartilla.
̶
Sí, le llamaré Zeus... ̶ respondí emocionada.
Al
salir del veterinario Zeus y yo nos dirigimos a casa directamente, donde nos
acomodamos en el sofá. Había sido un día duro para ambos pero con un fina muy,
muy feliz. Un día más para la colección de magníficos momentos y sensaciones.
Estaba muy contenta por lo que había conseguido, es decir, un propósito más del
nuevo año. Cada vez me daba más cuenta de lo importante que era ser feliz con
cada paso que daba. Y con las tareas de hoy había aprendido mucho, pero sobre
todo una cosa: la satisfacción que me daba aquello superaba con creces el
esfuerzo y cansancio.
[√]
Juegos
tradicionales con ancianos
La
lista de propósitos llegaba a su fin con éste último. Había pensado organizar
un taller de juegos tradicionales con ancianos en alguna residencia de la zona.
Así pues, como tercera semana del mes de enero, tomé todo lo necesario para
llevar a cabo mi misión: hacer felices por una mañana a un grupo de ancianos.
Cogí
el coche y me pasé por una gasolinera a llenar el depósito, que ya se
encontraba en reserva. Y entonces hice mi próxima parada en unos grandes
almacenes, donde me hice con multitud de juegos tradiciones, que llevaría a la
residencia. Bolas de petanca, un juego de bingo, un juego de damas y ajedrez,
costura y muchas cosas más llevé para pasarlo en grande con los mayores. En
definitiva, hacer un taller para entretenerles y evadirlos a otra época, donde
ellos eran jóvenes y jugaban en grupo.
Cargada
de bolsas me puse frente a la residencia de la tercera edad y me abrí paso. Me
acerqué a recepción donde atención una mujer muy agradable, y pregunté:
̶
Buenos días, aceptarían que pasara la mañana con los mayores. He traído juegos
tradiciones y me gustaría hacer algún taller. No sé si sería posible...
̶
¡Claro, hija! Ellos estarán encantados. Ven, te acompañaré para que los
conozcas.
̶
Muchísimas gracias, es usted muy amable
̶ contesté, sonriendo de oreja a oreja.
Llegamos
a una amplia sala donde habría unas veinte personas mayores. Unos veían
ensimismados el televisor, otros dormían y otros leían entretenidos el
periódico, que les informaba de las noticias matinales. A nuestra llegada todos
nos observaron, esperando que mi acompañante, enfermera del lugar, dijera algo.
̶
Hoy tenemos una invitada nueva. Ha
traído una cantidad de juegos para que paséis un buen día con ella. ¿Qué os
parece?
La
reacción que tuvieron los ancianos me sorprendió gratamente. Todos sonrieron y
me aplaudieron, celebrando como algo especial ese día. A partir de entonces, mi
alma quedó prendada de todas aquellas personas. Fueron mi ejemplo a seguir.
Porque a pesar de la edad que tenía, con sus más o menos achaques, todos
conservaban una preciosa sonrisa y un espíritu que muchos jóvenes quisiéramos.
Antes
de comenzar los juegos, me acerqué a ellos y estuve más de una hora
conversando. Conociéndoles, interesándome por su historia. Cómo y por qué
habían llegado allí. Muchas, o más bien, la mayoría me hicieron entristecer al
instante. Había ancianos que habían sido prácticamente abandonados por sus
familias, por increíble que pareciera. Otros, sin embargo, debían ser atendidos
por alguien ya que alguna enfermedad les impedía valerse por sí mismos.
El
momento de reflexión finalizó para comenzar el de diversión. Coloqué todos los
juegos sobre una gran mesa que me proporcionó una auxiliar de enfermería. Y
jugamos al bingo todos, a las damas por parejas, al ajedrez, cuyas partidas
perdí inevitablemente, ya que los mayores tenían mucha más experiencia que
yo... Fue realmente genial, disfruté muchísimo y aprendí aún más. Todos tenían
una vida larga y complicada. La gran mayoría había vivido la época de la guerra
en primera persona o algo posterior, tenían familias desestructuradas o estaban
complemente solas, por desgracia. Los ancianos abrieron su corazón para mí y
confiaron de forma plena. Yo les escuché con atención, les pregunté con reparo
y les di mucho, mucho cariño. Me recordaron a los niños con los que trabajé
como voluntaria. Personas para las que era toda una desconocida pero que aún
así me trataban con amor y como si nos conoceriéramos de toda la vida. Me pareció
algo digno de admirar.
La
jornada también llegó a su fin y prometí volver a visitarles pronto. Había sido
una mañana, una vez más, cargada de emociones positivas y algunas tristes
también, pero siempre muy reflexivas y reconfortantes. Fue entonces cuando salí
con otra cosa aprendida: lo importante que resulta escuchar a los demás, sean
niños o mayores, y aprender de ellos, sacar la esencia que nos dan con su
experiencia.
Mis
objetivos del nuevo año habían sido completados con éxito. Había aprendido
cientos de cosas a partir de las vivencias de los demás. Cosas que me servirían
para mi día a día, para mostrárselas a otros, o simplemente para reflexionarlas
conmigo misma y seguir creciendo como persona. Con acciones como ésta me doy
cuenta que el ser humano, si se lo propone, puede ser cada día un poquito más
feliz.