Con la mano temblorosa, abrí la navaja y la limpié con mi mugrienta camiseta. Acerqué la herramienta a escasos centímetros de la picadura. El frío del metal me hizo estremecer. Tenía las manos húmedas del sudor y me temblaban. Con el filo me produje una incisión en la parte superior de la herida. Pude ver entonces cómo la sangre brotaba cual fuente, era espesa y cálida.
Al momento, solté un alarido de dolor, dejando que las lágrimas bañaran mi rostro.
Como pude, me levanté para dirigirme al todoterreno, donde tenía un walkie-talkie.
«¿En qué hora se me ocurrió salirme del grupo?»
De camino al coche, unos sonidos llamaron mi atención. Volteé la cabeza y vi un pequeño grupo de personas de etnia negra, que mascullaban palabras incomprensibles para mí.
Podrían ser mi salvación. Así pues, me acerqué despacio señalando mi pierna en petición de ayuda. Uno de ellos, el más veterano, comenzó a gritar como si de gorila se tratara y en un segundo todos vinieron como leones.
Augurando un fatal fin, eché a correr. Notaba en mi pierna una bola de acero. Con los nervios, tropecé y noté cómo alguien me agarraba. De repente, un fortísimo dolor se apoderó de mí, arqueando al instante todo mi ser. Arrancaron la poca ropa que llevaba y como bestias comenzaron a morderme.
Definitivamente, me estaban comiendo.
̶ Ay abuelo para, ¡qué historia más desagradable! ̶ exclamó Mateo.
̶ Ja, ja, ja, ¿no querías historias de miedo? ̶ vaciló el anciano.
Desde la cocina se escuchó la voz ronca de Rodrigo:
̶ Niñooos, ¿habéis visto a vuestra madre? Bajó a tirar la basura hace tiempo y no ha vuelto aún.
ɱɑʀţɑ ɱʀ 2015
muy bonito relato
ResponderEliminar¡Gracias, Valeria!
Eliminargenial el relato, me gusta
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