He decidido escribirte esta carta ya que no me he armado de valor como para decírtelo en persona. En el aeropuerto. Unos minutos antes de partir, antes de coger el avión que te llevaba devuelta a tu hogar con tu familia, tu verdadera familia. Realmente nosotros tan sólo hemos sido una de paso. Y para cuando estés leyendo esta carta, mi hermana también habrá dejado su lugar de intercambio.
No quiero ocupar más líneas con lamentaciones. Te escribo porque quiero que sepas que me has hecho pasar los mejores siete días de mi vida. Has conseguido hacerme sonreír cada segundo. Has cambiado mis días grises en momentos maravillosos, que se han marcado a fuego en mi corazón. Prometo no olvidar nuestras risas en cada rincón de mi ciudad. Prometo no borrar nuestras huellas en la playa de La Concha.
La cobardía se ha apoderado de mí, querido Mike. No he sido capaz o, quizás, no he visto el momento adecuado. Era todo demasiado bueno como para ser real. ¿Quién era yo para interrumpirlo? Me hubiera encantado que los paseos agarrada de tu mano duraran una eternidad, aun así no me parecería suficiente.
No tengo palabras para agradecértelo como te mereces. Y no sabes cómo me duele el tener que confesarte algo así a través de un papel. Qué decir tiene de que se trata de tu propio cuaderno. Aquél que abrirás al llegar a casa, a tu preciosa América. Cuánto la has echado de menos, ¿verdad? Aunque no lo dijeras, sé que el primer día no pensabas más que en regreso a tu tierra. Si te soy sincera, a mí también se me hizo extraño el no ver a mi hermana y verte a ti. Eras todo un desconocido conviviendo con nosotros.
Serán sólo unos días, pensé. ¿Lo recuerdas? Yo, sí. Estaba sentada en el sillón viendo la televisión. De pronto sonó el timbre. Primero entró mi padre cargado de bolsas. Tras él entraste tú, tímido, la situación te cohibía. Viniste a saludarme con un fuerte abrazo y me regalaste la mejor de tus sonrisas.
Fui yo la que te llevó por los lugares más emblemáticos, intentando que te enamoraras de nuestras playas, de nuestros atardeceres más bellos; al fin y al cabo, de nuestro entorno. Nuestra amistad se fue estrechando en un par de días. Notaba entonces algo especial en tu mirada. Algo cercano, que me hacía enamorarme cada vez más de tus ojos verdes. La magia se había apoderado de ambos. Había fusionado nuestros sentimientos tempranos. ¿Se puede sentir algo tan intenso en tan poco tiempo? Así es, querido Mike. O al menos, eso me hiciste descubrir bajo aquel sauce. Nuestro sauce.
Fue allí donde confesaste lo que sentías. Recuerdo cómo temblaba tu voz. Buscabas las palabras adecuadas. Noté que los nervios te estaban jugando una mala pasada. Al principio temí parecer maleducada, pero no pude contenerme. Sin dejar que acabaras, me abracé a ti como nunca antes lo había hecho. Recuerdo también que empecé a sollozar. Quizás auguraba el momento, que se avecinaba. Este mismo momento. El tener que hacer frente a una despedida, que intentaba evitar, pero que sabía que era inevitable. Tras limpiar mis lágrimas, me cubriste los hombros con tu chaqueta y volvimos a casa. Allí todos juntos, cenando en familia. ¡Qué violento era tenerte frente a mí en la mesa, como si nada hubiese ocurrido!
Subí a tu habitación sin que os diérais cuenta, para coger el cuaderno de tu mochila. Me senté en el porche y comencé esta carta.
Doce horas quedaban para que nuestro destinos tomaran caminos diferentes. Para siempre, querido Mike. No sabes lo que daría por poder decirte que algún día volveremos a encontrarnos. Pero me temo que eso no podrá ser. Espero que algún día me perdones por no decírtelo en su momento. Nunca quise crearte ilusiones en vano. Puede que en un mes no esté ya. Puede que sean unas semanas lo que me quede en este mundo. No lo sé. Ningún médico lo sabe. Así es, Mike. La vida me ha golpeado fuerte, me ha dejado una enfermedad incurable. ¡Qué injusto, Dios mío!
Deseo con toda mi alma haberte hecho pasar inolvidables momentos, al igual que tú a mí. Gracias de veras, Michael Bennett. Cuidaré de ti allá donde esté, no lo dudes. Sólo deseaba unos instantes de felicidad plena antes de partir, y tú lo has conseguido.
Te quiero,
C.
MARTA MORALES
Fui yo la que te llevó por los lugares más emblemáticos, intentando que te enamoraras de nuestras playas, de nuestros atardeceres más bellos; al fin y al cabo, de nuestro entorno. Nuestra amistad se fue estrechando en un par de días. Notaba entonces algo especial en tu mirada. Algo cercano, que me hacía enamorarme cada vez más de tus ojos verdes. La magia se había apoderado de ambos. Había fusionado nuestros sentimientos tempranos. ¿Se puede sentir algo tan intenso en tan poco tiempo? Así es, querido Mike. O al menos, eso me hiciste descubrir bajo aquel sauce. Nuestro sauce.
Fue allí donde confesaste lo que sentías. Recuerdo cómo temblaba tu voz. Buscabas las palabras adecuadas. Noté que los nervios te estaban jugando una mala pasada. Al principio temí parecer maleducada, pero no pude contenerme. Sin dejar que acabaras, me abracé a ti como nunca antes lo había hecho. Recuerdo también que empecé a sollozar. Quizás auguraba el momento, que se avecinaba. Este mismo momento. El tener que hacer frente a una despedida, que intentaba evitar, pero que sabía que era inevitable. Tras limpiar mis lágrimas, me cubriste los hombros con tu chaqueta y volvimos a casa. Allí todos juntos, cenando en familia. ¡Qué violento era tenerte frente a mí en la mesa, como si nada hubiese ocurrido!
Subí a tu habitación sin que os diérais cuenta, para coger el cuaderno de tu mochila. Me senté en el porche y comencé esta carta.
Doce horas quedaban para que nuestro destinos tomaran caminos diferentes. Para siempre, querido Mike. No sabes lo que daría por poder decirte que algún día volveremos a encontrarnos. Pero me temo que eso no podrá ser. Espero que algún día me perdones por no decírtelo en su momento. Nunca quise crearte ilusiones en vano. Puede que en un mes no esté ya. Puede que sean unas semanas lo que me quede en este mundo. No lo sé. Ningún médico lo sabe. Así es, Mike. La vida me ha golpeado fuerte, me ha dejado una enfermedad incurable. ¡Qué injusto, Dios mío!
Deseo con toda mi alma haberte hecho pasar inolvidables momentos, al igual que tú a mí. Gracias de veras, Michael Bennett. Cuidaré de ti allá donde esté, no lo dudes. Sólo deseaba unos instantes de felicidad plena antes de partir, y tú lo has conseguido.
Te quiero,
C.
MARTA MORALES
Precioso y emotivo¡¡
ResponderEliminarTe tienes que poner más veces sentimental, porque te funciona muy bien.
ResponderEliminarQué bonito, aunque triste que acabe en despedida.
ResponderEliminarUn beso.
Inma, de la Asociación Blogger
Que bonito y emotivo!!!
ResponderEliminarMuchas gracias a todos, de verdad. :D Me alegro que os haya gustado. Un fuerte abrazo
ResponderEliminarEsto se avisa que estaba rodeada de gente y no se puede llorar... Es magnífico!!!.
ResponderEliminarQue trágico!! no me esperaba el final, un texto muy bueno, besos
ResponderEliminarGracias a tod@s!!!! :D
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