Desde el cielo

Un olor a cítrico envolvía la estancia en la que se encontraba el anciano. Una mesa camilla, una estantería y unas sillas conformaban todo el mobiliario de la misma.

Removiendo el café con su tradicional cuchara de plata, ya desgastada por el paso de los años, tomó el mando del televisor. No conseguía decidirse, cada canal le parecía más aburrido. Al fin decidió dejar a la mujer del tiempo soltar su larga retahíla de predicciones meteorológicas. Auguraba durante los próximos días cielos nublados y algún que otro chaparrón. Tras desearle buen fin de semana a sus oyentes, la presentadora dio paso a los deportes.
Desde su mecedora vio a la pequeña Marga, que venía saltando por el pasillo. Se paró frente al dintel de la puerta con los brazos en jarra, y exclamó:

̶ ¡Mira, abuelo!  ̶ Giró sobre sí misma para poder mostrarle las trenzas ̶ . ¿Has visto qué largo tengo el pelo?

̶ Ya lo creo, ya. ̶ afirmó el anciano ̶ . ¿Se puede saber a dónde vas tan guapa?

̶ ¡Mamá y yo vamos a ir al parque esta tarde!

La niña dio una vuelta para lucir su nuevo vestido. Observó entonces a su nieta. Qué rápido habían pasado los últimos ocho años. Aún recordaba las noches en vela que había estado junto a ella cuando apenas tenía unos meses. Era quien le preparaba el biberón a altas horas de la madrugada. Ambos padres trabajaban, por lo que sólo él podía encargarse del cuidado de Marga. Se quitó las gafas y pasó el pañuelo de tela por sus ojos. Se emocionaba al recordar tiempos pasados. Con una sonrisa invitó a la chiquilla a sentarse sobre su regazo.

̶ ¿Y esta herida? ̶ preguntó el abuelo.

̶ Me he caído esta mañana en el cole ̶ respondió, despegando una tirita de colores de su rodilla.

̶ Bueno, ¿y te duele?

̶ ¡Ni he llorado! ̶ exclamó la niña, orgullosa de su valentía.

El anciano soltó una carcajada y acarició con delicadeza las trenzas de Marga. En ese momento se dio cuenta de que había llegado la hora de contárselo a la pequeña. Sin poder evitar que su voz se quebrara ligeramente, pronunció:

̶ Sabes que la abuela siempre está a tu lado, ¿verdad?

̶ Ella está ahí arriba ̶ aseguró Marga, señalando hacia el techo.

̶ Cuando la necesites no tienes más que llamarla, en cualquier momento.

La pequeña bajó la cabeza y comenzó a jugar con su pulsera de cuentas. Su abuelo le alisó el vuelo de su vestido y musitó:

̶ Si algún día me fuera yo con ella, también podrás llamarme a mí.

̶ Pero abuelo... tú no te irás todavía..., ¿a que no?  ̶ afirmó Marga, comenzando de pronto a hacer pucheros.

̶ Shh..., no llores, cariño. ̶ Pasó el pañuelo también por el rostro de la niña, secando sus lágrimas ̶ . Yo...como la abuela, tengo que marcharme...

Marga parecía asustada. Comenzó a gimotear sin dejar de observar a su abuelo.

̶ Deberás cuidar de mamá y de Roco  ̶ dijo el anciano, desviando la vista hacia el can que yacía a su lado ̶ . Sé que lo vas a hacer muy bien. Eres una niña buena y responsable.
Cuando te sientas triste o tengas miedo, sólo cerrarás los ojos . Ahí estaremos la abuela y yo para ayudarte. Cuidaremos de vosotras  ̶ articuló ̶ . Marga, estoy muy orgulloso de ti.

̶ Os quiero mucho, abuelito.

̶ Y nosotros a ti, bella flor.

La pequeña Marga se enjugó las lágrimas. El disgusto fue reduciéndose despacio hasta quedar sólo en un leve sollozo. Se tumbó sobre el pecho del anciano y cerró los ojos. Acompasando su respiración a los latidos del corazón de su abuelo, quedó sumida en un profundo sueño.

MARTA MORALES



2 comentarios:

  1. Enhorabuena Marta. Un relato conmovedor, más emotivo aun si su origen está en la clase de Didáctica. Un abrazo. Cristina Canabal

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  2. Muchas gracias, Cristina. Creí oportuno compartirlo con vosotros en el aula,ya que habíamos tratado el tema. ¡Un abrazo!

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