Jamás podré olvidar lo que me ocurrió aquella noche de verano. Y a día de hoy, habiendo pasado ya más de diez años, algo recorre mi espalda cuando pienso en ello. Mi yo más racional me dice que no fue más que producto de mi imaginación. Sin embargo, estoy convencida de que ocurrió tal y como lo sentí...
Abrí la puerta de la habitación y noté una brisa fría que atravesaba la estancia. No me habría sorprendido y estremecido tanto, si no hubiera sido en agosto...
Dejé mis cosas sobre la cómoda. Me quité los pendientes, la pulsera de la abuela y el colgante, y los metí en mi joyero.
Miré mi reflejo, echando un vistazo rápido al cuarto a través del espejo. Fue entonces cuando aquel cosquilleo recorrió cada centímetro de mi cuerpo, provocándome incluso náuseas. ¿Qué me estaba pasando?
Me fijé solamente en mi gesto, tan frío como el hielo. Mi propio reflejo me devolvió una imagen irreal, me sonrió con malicia. Segundos después...
Segundos después aquella que tenía mis ojos, mi pelo, mi nariz y mi boca de repente me pareció una extraña. Sabía que era yo, pero no conseguía reconocerme bajo esa sonrisa pérfida, malvada. Una voz proveniente de alguna parte me preguntó:
- ¿Te atreves a cruzar al otro lado?
Y mis pies que en ese momento me parecían ajenos a mi cuerpo, los espejos atravesaron...
Y una especie de descarga eléctrica me atravesó de la cabeza a los pies a la velocidad de la luz mientras daba vueltas y más vueltas a través de una especie de túnel caleidoscópico...
Cuando aquella nebulosa pareció parar, me percaté que estaba en algún lugar que mis recuerdos conocían, pero que en ese instante no supe reconocer. Y entonces, sin siquiera moverme, percibí su presencia. Me giré y allí estaba él...
Era un recuerdo de mi oscuro pasado. Ese rostro, esa cara que tanto me esforcé de borrar de mi memoria, estaba allí en la misma habitación en la que estaba yo, mirándome, impertérrita y lo malo era que sabía lo que quería, venía a cobrarse lo que le prometí años atrás.
Quería correr, pero mis pies no respondían, quería gritar, pero no me salía la voz. Entonces decidida y sin pensarlo, empecé a andar hacia él, sin pausa, sin miedo...
- ¿Qué haces aquí y quién te ha invitado a volver?
-Vaya... Hacía mucho que no coincidíamos...-afirmó, atravesándome con su mirada-. ¿No me has echado de menos?
Intentaba que no percibiera mi miedo, mi inseguridad. Pero me sentía débil, frágil ante aquella criatura. Sentía repulsión y asco ante el olor que emanaba de sus ropas.
Segundos después, comenzó a caminar lentamente hacia mí. Fue entonces cuando se remangó las mangas de su camisa, dejando entrever su piel oscura y rojiza, cubierta toda ella de escamas.
-Te propongo un trato que no podrás rechazar -Comenzó a hablar, casi entre susurros.
Retomaremos la historia en el mismo momento en el que la dejamos años atrás.
Sin dudarlo un momento tomé mí mi bastón aquel que se había convertido en un instrumento inseparable, debido a la cojera que me provocó aquel accidente de moto.
Me dirigí hacia aquel demonio con el bastón en alto. No permitiría que me siguiera haciendo más daño. Todos estos años de sufrimiento estaban haciendo mella en mi persona. Los años se me habían echado encima sin haberme dado cuenta apenas y mi salud se iba consumiendo poco a poco.
Le miré a los ojos y vi reflejado en ellos todo mi rencor. Acabaría de una vez por todas con aquella situación.
-Dime. ¿qué es lo que quieres? -pregunté, agarrándome al marco de la puerta.
La tensión era máxima, era el momento de la verdad, la incertidumbre, el miedo se hacían patentes, mientras me preguntaba si se podría resolver la situación, sin daños colaterales innecesarios.
-Vamos, responde, demasiado dura tu silencio, ya es hora de afrontar lo que sea- dije mientras me retorcía las manos sin poder evitarlo......
- ¿Serías capaz de venderme tu alma? -imploró, sin dejar de mirarme.
Lo que tanto temía, por fin se hacía realidad en sus labios. No lo dudé,
-mi alma es mía y jamás tendrá otro dueño- respondí sin pestañear mirándolo a los ojos. La suerte estaba echada.
-Está bien. Sin embargo, no has escuchado mi oferta y ya la has rechazado. Yo, en tu lugar, me lo pensaría.
- ¡Basta! Aléjate de mí
Entonces un fuerte estruendo retumbó por toda la estancia. Quise correr, aunque mi lesión no me lo permitiría. Intenté huir ayudándome del bastón, pero mi cabeza iba más rápido que aquellas débiles piernas que se trabaron al segundo paso y caí al suelo todo lo larga que era quedando en un estado de semi inconsciencia después de un tremendo golpe en la sien.
Noté como sus asquerosas garras me alcanzaban, rasgándome la ropa por la fuerza que tenía. Grité, pidiendo auxilio, aun a sabiendas que nadie acudiría en mi ayuda. Me dejé la garganta en el intento, pero ya me daba igual, no tenía nada que perder. Tragué saliva, lloré. Ahora sí que estaba perdida. Aquel diablo era más fuerte que yo.
Tenía que escapar de allí, aunque la probabilidad de salir viva de aquello caían en picado a medida que pasaban los segundos. Entonces, cuando toda esperanza parecía ya no existir, una pequeña luz se encendió dentro de mi cabeza. Recordé. Recordé qué era lo que más odiaba aquel canalla, su talón de Aquiles. Lo único que podría librarme de aquella amargura.
Me giré sobre mis tobillos, apreté mis puños y lancé un grito de guerra. Cogí con ambas manos el bastón y le aticé con tal fuerza que cayó de rodillas. Me eché entonces la mano a mi cinturón, cogí aquel artilugio que debí haber usado hace mucho, mucho tiempo.
Fue en ese momento, justo cuando iba a darle bien fuerte, cuando escuché sonar mi teléfono de fondo; fue cuando me di cuenta que todo había sido un sueño. El sueño que necesitaba para saber que era capaz de enfrentarme a él, a mi miedo más profundo. Fue cuando supe, que aun teniendo dificultades sería capaz de conseguir hacer cualquier cosa que me propusiese.
GRACIAS A TODOS LOS QUE HABÉIS PARTICIPADO. HA SIDO DICHO Y HECHO ;)
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