Olor de nubes

El otro día soñé con un chico. Tenía una mirada profunda, gris y cargada de misterio. Era una mirada que atrapaba, que te envolvía como una sábana, una mirada que congelaba el tiempo... y una sonrisa que la hacía justicia. Y si conseguías escapar del hechizo de ambas, indudablemente quedarías atrapada bajo la luminosidad hipnótica de su pelo color azabache. Parecía tan suave, que apenas podía resistirme a acariciarlo y perder mis manos en él.

Lo conocí en medio de un bosque. Un bosque denso y grande, cuyos árboles eran tan altos que sus copas parecía el único cielo posible. Allí reinaba el silencio: ni el canto de los pájaros, ni el zumbido de los insectos, ni el sonido de las hojas bailando... nada.

Caminaba hacia delante, totalmente desorientada. Nunca había estado en aquel lugar; tampoco estaba segura de ello. Cada paso lo daba lentamente mientras dirigía la mirada hacia la bóveda de hojas que tenía justo encima. Todo estaba tan en calma... Cuando miré hacia adelante, una figura se movió detrás de un árbol, posicionándose justo delante de mí. Era él. Me miraba fijamente, con el ceño fruncido y con un aire de preocupación en sus ojos. Parecía confundido, y al mismo tiempo, parecía que ya me conocía de antes.

¿Quién eres? le pregunté con el fin de romper la tensión que había surgido del silencio. Fue en vano, ni siquiera abrió la boca para contestar, ni un ligero movimiento de sus labios...

Empezó a mirar hacia los lados muy alterado, como si se estuviera escondiendo de algo que anduviera cerca. Agudicé mis oídos para comprobar si se oía algo, pero el silencio seguía siendo igual de espeso. Eso hizo que no consiguiera entender su comportamiento, lo que a su vez hacía que me pusiera más y más nerviosa. Iba a preguntarle algo pero no sé por qué se me cruzó la idea de que otra vez no iba a obtener respuesta. El chico dio un largo suspiro y volvió a mirarme.

¿Te ha seguido alguien?

Por in habló. Pronunció esas palabras con un tono serio pero natural; y su voz fue lo más precioso que mis oídos hayan podido apreciar nunca. Era dulce y suave como un susurro que a la vez transmitía la energía de un grito. Desde ese momento no hacía más que repetir en mi cabeza lo que acababa de oír. Sólo quería que volviera a hablar, quería escucharle una vez más. Oír su voz se había convertido en una necesidad, en algo imprescindible, algo de lo que extrañamente tenía muchísima sed. Cuando salí de mi ensimismamiento, volví a repasar lo que me había dicho mientras hacía esfuerzos por no sonrojarme. Pero... ¿seguirme quién?

¿A qué te refieres con...?

Vete de aquí, no estás a salvo.

Esta vez su tono de voz fue frío y cortante. Me quedé mirándole a los ojos, confusa. Quería preguntarle que por qué corría peligro entre otros porqués inútiles, pero antes de que pudiera ni siquiera plantearme lo que le iba a preguntar se oyeron pisadas tras de mí. Me giré instintivamente para mirar quién o qué se acercaba; y cuando me volví, él ya no estaba. Desapareció sin dejar rastro, como si nunca hubiera estado allí.

El ruido de las pisadas y de los palos rompiéndose liberando un ligero "clac" se multiplicaron, por todas partes y a la vez por ningún lado. Mi mente me pedía a gritos que saliera corriendo pero mis piernas no obedecían, y aquellos ruidos se mezclaron con el de mi respiración agitada y el de mis oídos palpitando fuerte. Cada vez sentía más pánico, pero era un pánico extraño: un pánico que aumentaba de tal manera que ni siquiera comprendía por qué tenía miedo. Era como si... mi miedo fuera controlado por otra persona que no fuera yo misma. De nuevo sentí ganas de gritar pero tampoco pude; y la presión en mis oídos era cada vez mayor. Conseguí dar un pequeño paso hacia atrás, casi inapreciable, mientras miraba en todas las direcciones. Volví a dar otro paso, esta vez más grande. Y luego otro, y otro. Cuando había recuperado el dominio completo de mis piernas me volví hacia delante y eché a correr, sin mirar a dónde iba, sin mirar dónde pisaba. Sólo corría... hasta que tropecé con una piedra y caí de bruces al suelo. En el momento en que mi cuerpo tuvo contacto con la tierra los ruidos cesaron. Me quedé quieta un largo instante, intentando normalizar mi respiración y notando cómo la presión en mis oídos desaparecía poco a poco.

Cuando ya me sentí algo mejor, me di cuenta de que en realidad no me había hecho ningún daño: ni una rozadura, ni un golpe... nada que yo notara al menos. Entonces, miré hacia delante y presencié unos pies descalzos justo delante de mí. Miré hacia arriba. Era él. <<¿Cuánto tiempo lleva ahí plantado mirando qué bien me lo paso tirada en el suelo?>>, pensé; y él pareció haberme oído el... ¿pensamiento? Me tendió su mano. La agarré levantó de un tirón, con fuerza pero a la vez con cuidado y trayéndome hacia sí, de tal manera que los dos acabamos el uno en frente del otro. Aún no me había soltado la mano. Seguía agarrándola con fuerza y no me atrevía a soltarme.

De pronto todo a nuestro alrededor empezó a desaparecer y el suelo temblaba bajo nuestros pies.

¿Qué está pasando?

Aún no me sentía preparada para otra carrera como aquella, y me asusté al notar que la presión en mis oídos volvía. En cambio, él ni se inmutó. Permaneció quieto con aire despreocupado, sin quitar la vista de mí ni un solo instante, El suelo alrededor nuestro también empezó a desaparecer, dejando un vacío donde antes estaba. Me agarró del brazo cuando sólo quedaban medio metro cuadrado de suelo tangible que poder pisar. Se humedeció los labios y ladeó ligeramente la cabeza.

¿Sabes a qué huelen las nubes?

El suelo acabó por desaparecer y me soltó.

Desperté sobre mi cama en ese mismo instante con la sensación de haberme caído sobre ella desde lo alto. Pero más que aquella sensación me extrañaba lo último que había dicho el lunático del sueño. <<¿Que a qué huelen las nubes? ¿Qué sentido tiene eso?>>. Pronto decidí que no merecía la pena darle vueltas, sólo había sido un sueño.

 

Volví a despertar tres horas más tarde; esta vez, sin haber soñado nada.

El día siguiente no fue un día especialmente interesante, más bien un martes como otro cualquiera: monótono, soso y gris. Lo único impresionante fue la exactitud con la que recordaba el sueño y lo difícil que se me hacía olvidarlo: aquel bosque tan silencioso, la sensación de pánico incontrolable, aquel chico tan perfecto como raro, y aquella pregunta tan extraña. Estos dos últimos recuerdos eran los que con más fuerza permanecían en mi mente. Por norma general, cuando soñaba con personas desconocidas no las imaginaba con rasgos definidos; y en cambio, recordaba el rostro de aquel extraño de tal manera que podía dibujarlo detalladamente. En cuanto a lo que dijo, ¿qué sentido tenía?

En el instituto, desesperada por no poder atender en clase, busqué en Internet a escondidas el significado de las nubes en los sueños, haciendo el típico "truco" de dejar una mano bajo la mesa y la otra sobre ella. Nada de lo que aparecía me servía de gran ayuda: persona generosa e ingeniosa, buena suerte, y un montón de cosas más que sólo hacían que mi sueño tuviera cada vez menos sentido. Después de dejar de buscar (en parte por mi frustración de no encontrar nada que me fuera útil, y en parte por el toque de atención del profesor), me di cuenta de que sin querer había dibujado nubes de distintos tamaños y formas por toda la hoja de cuaderno. Ni siquiera recordaba haberlo hecho. Simplemente, ahí estaban.

Cuando por fin llegué a casa después de clase, intenté mantenerme lo más activa y distraída posible hasta la hora de dormir, algo que fue imposible. Mi sueño seguía dando vueltas por todos los rincones de mi mente.

Llegó la noche, y volví a soñar, pero esta vez, el paisaje era una playa. Tranquila y a la vez que ruidosa y salvaje. Sentía la arena bajo mis pies, curiosamente descalzos, fría y húmeda, y la suave brisa que danzaba con ella me oreaba los tobillos, produciéndome escalofríos que viajaban desde mis piernas hasta la nuca. Respiré hondo, disfrutando plenamente del frescor salino que inflaba mis pulmones. El cielo era de un azul claro teñido de diferentes tonos de rosa y naranja, colores que se entremezclaban con algunas nubes blancas manchadas de ceniza. Entre ellas, los osados rayos del sol escapaban y, divertidos, bailaban sobre el mar una suave y delicada danza de armonía y color. Las olas, a su vez, acunaban la luz que aquellos rayos desprendían, arropándolos con albugínea espuma y dedicando la maravillosa nana del agua besando las rocas dulce y cariñosamente.

Allí, entre todo ese delicioso festín para los sentidos, me sentía extrañamente viva, despierta. Cerré los ojos para volver a dejarme abrazar por aquella tranquilidad plena y pura. Cuando los abrí, me percaté de algo que antes no estaba ahí: una gran roca casi negra cerca de la orilla y alrededor de ella, sólo alrededor de ella, una ligera manta brumosa que impedía definir si la figura sobre la roca era humana o no. Entorné los ojos, me los froté y los volví a cerrar. Cuando los abrí, mis pies ya no estaban sintiendo la blanda arena que antes sentían, sino la dureza de la húmeda roca que acababa de ver. Y justo delante, estaba él. El lunático del otro sueño, el de los ojos hipnóticos, el de la pregunta extraña... Una ola chocó violentamente contra la piedra haciendo que me tambaleara y perdiera por un instante el equilibrio. Acto reflejo, me agarré a su brazo y él, como toda respuesta, me abrazó, rodeando con fuerza mi cintura. Me quería separar, pero la primera ola no fue más que un aviso de la agresiva serie que llegó a continuación. En el primer golpe de agua conseguí mantenerme firme, pero la pacífica agua del mar parecía haber entrado en cólera y empezó a agitarse con fuerza; así que, por miedo a caerme a ese caos de espuma tonos oscuros de azul, también me abracé a él. De pronto, noté cómo me soplaba suavemente al oído, provocando que me estremeciera y que sin quererlo me aferrara más a él.

¿Sabes a qué huelen las nubes?- susurró.

<< Otra vez esa pregunta. >>

¿Quién eres?

No estaba para bromas. Me encontraba sobre una roca resbaladiza en medio de un mar enfurecido abrazando a un tío al que no conocía de nada y que lo único que sabía de él era que hacía preguntas muy raras. Y lo peor de todo es que no sabía qué hacía yo ahí. Aunque eso fuera un sueño, no tenía ni una pizca de gracia.

No te recordaba tan irascible.- Se rió.

¿Me conoces?

Más que tú misma.

En serio, ¿quién eres?- Me separé un poco y le miré a los ojos. Para mi sorpresa, estos habían cambiado de color: ya no eran completamente grises, tenían pequeños salpicones de miel.

En serio, ¿aún no has descubierto quién soy?

¿¡Estás de broma!?

¿Sabes a qué huelen las nubes?

Iba a exigirle que me dijera quién es, pero una ola más fuerte que las anteriores chocó contra la roca e hizo que me inclinara ligeramente hacia delante y con ese mismo golpe reapareció la fuerte presión en los oídos in crescendo como la del sueño anterior. Me volví a desequilibrar y él me abrazó con más fuerza, estando yo totalmente aturdida y asustada... me besó...

Y desperté. Tenía la respiración muy acelerada y gotas de sudor frío cayendo por mi cara. No notaba ya ninguna presión pero seguía aturdida, como si me hubiera sufrido un impacto, justo en el momento en el que el chico rozó sus labios con los míos. Intenté calmarme pero la oscuridad de mi habitación me ahogaba. Busqué frenéticamente el interruptor de la lámpara de noche. Cuando encendí la luz, me paralicé. Había algo ahí que no encajaba. Algo que no debía estar. Algo que era imposible. Una pluma gris con finos hilos dorados cuidadosamente colocada sobre una nota.

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JANIRE FERNÁNDEZ

1 comentario:

  1. ¡Hola Marta!
    Gracias por subir mi relato ^^ Sólo una cosita, entre las comillas <> falta una frase "Las nubes huelen a ti, mi protegida" , puede que se me borrara en el archivo que te envié, si es así, mea culpa ^^ No es nada importante, es que si no el final no tiene muchos sentido. Muchas gracias de nuevo por subir el relato

    ¡Un beso!

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