El tren de las seis




El tren de las seis

Todo comenzó a la luz del alba, mientras la ciudad dormía en calma. Según cuenta la leyenda, una mañana de otoño en la vieja estación de Ariel tuvo lugar una conversación quedando grabada en los muros de la terminal.

Uno de los bancos era ocupado por un caballero. Tenía la tez blanquecina, pelo cano y barba cuidadosamente recortada. Parecía sumido en trance, analizaba la panorámica que le ofrecía el horizonte mientras relataba entre susurros unos versos. Su melodía fue interrumpida por el caminar de otro sujeto. Éste vestía traje oscuro y portaba tan sólo un maletín de cuero, en cuyas hebillas destacaban unas iniciales. Se acercó sin emitir más sonido que el roce de sus zapatos en el suelo y articuló:

̶ Vaya...no creía encontrarte aquí.

̶ Te estaba esperando ̶ respondió el anciano ̶ . Siéntate.

̶ No tenemos nada de qué hablar ̶ musitó con voz apagada.

̶ Vamos, serán sólo unos minutos ̶ insistía señalando el banco.

̶ ¿No dejamos nuestras posturas claras la última vez? ̶ cuestionó el varón trajeado ̶ . No me mires de esa forma, no me harás cambiar de opinión.

̶ Esta vez no te dejaré marchar.

̶ Venga ya, resulta inútil ̶ voceaba tomando el maletín con fuerza.

̶ Permíteme preguntarte algo, ¿qué he hecho mal?

̶ ¡Nada, ése es el problema!

̶ La codicia ha podido contigo, te ha vuelto un ser despreciable. Desobedeciste Sus órdenes y ahora pagarás por ello. Has jugado con fuego.

̶ Creaste al hombre para pecar, ¿acaso no te has dado cuenta? Sólo estoy cumpliendo mi cometido.

El anciano abandonó el banco y comenzó a recorrer la estación sin dejar el discurso. Manteniendo el mismo tono, declaró:

̶ Yo soy el camino, la verdad y la vida.

̶Ahora, dos mil años después, siento comunicarte que es tarde. La humanidad va corrompiéndose día a día, no hay marcha atrás.

̶ Aquéllos, fieles hijos de Dios, no dejarán Su palabra.

En ese instante, un sonido estridente invadió la estación. Podían sentirse las vibraciones cual terremoto. Un tren de dimensiones colosales hizo su entrada despidiendo nubes de humo negro, el reloj ya marcaba las seis.

El caballero, furioso,  rasgó sus ropas dejando entrever su piel rojiza. Transformado en un monstruo, tomó su arpón y golpeó fuertemente la superficie provocando a continuación una niebla que le fue envolviendo poco a poco. De un salto montó en el ferrocarril y emitiendo un rugido atronador imploró:

̶ Volveré.


MARTA MORALES


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