Ojalá

OJALÁ

A las 9:47, con solo siete minutos de retraso sobre la hora de partida, un Airbus A320 de la compañía Iberia despegaba del aeropuerto de Málaga con destino a Gatwick (Londres).

El vuelo tenía una duración aproximada de dos horas y cuarenta minutos, y a los diez minutos de despegar, los trescientos veinticinco pasajeros que iban a bordo ya estaban a más de 30.000 pies del suelo.


Lorenzo Robles, un hombre de sesenta años, robusto y de pelo cano, miraba el infinito mar de nubes por su ventanilla sumido en sus propios pensamientos. Aunque ya había viajado antes en avión, todavía le sobrecogían las vistas. Allí arriba se sentía más cerca de Dios que en ningún otro sitio.

Nunca llegaría a entender cómo aquel amasijo de hierro y acero de más de cuatrocientas toneladas de peso se mantenía en el aire. Pero su estado de abstracción se vio turbado por la discusión que mantenían una madre soltera y su hijo adolescente que tenía por acompañantes:

―¿Ya estás con el cacharro ese?

Le recriminó la mujer a su vástago refiriéndose al reproductor mp3 que había sacado de su mochila.

―Ay mamá, déjame, solo quiero escuchar música ―le respondió ajustándose los auriculares en sus oídos para aislarse del mundo lo más rápido posible.

―¿No podemos charlar un ratito? ¿Es que siempre tienes que estar enganchado a algún aparato?

Pero el joven no escuchaba ya a su madre. Estaba inmerso en los ofensivos versos de algún rapero negro norteamericano.

Lorenzo recordó entonces su infancia, cuando no existían aquellos aisladores sociales y las relaciones entre personas se llevaban a cabo sin ningún tipo de aparato de por medio.

Al mismo tiempo que la mente de Lorenzo retrocedía en el tiempo, en los asientos de atrás un joven matrimonio parecía no ponerse de acuerdo sobre cuándo era el mejor momento para tener descendencia:

―Yo solo digo que esperemos un poco, es demasiado pronto ―trataba de explicarse él bajando la voz disimuladamente para no montar un numerito.

―¿Pronto? ―le rebatía ella en total desacuerdo y sin preocuparle lo más mínimo su tono de voz―. Llevamos dos años casados, creo que ya he esperado lo suficiente.

Lorenzo nunca había tenido hijos. La única mujer a la que había amado había fallecido prematuramente en un accidente de tráfico hacía cuarenta años, y desde entonces, no había vuelto a estar con una mujer, de modo que no le resultó difícil ponerse en el lugar de la incomprendida joven del asiento de atrás.

En los asientos de delante, otra pareja, esta vez de ancianos, tampoco parecía ponerse de acuerdo en algo. Ella quería visitar la Catedral de San Pablo de Londres, mientras él, agnóstico desde siempre, se negaba a perder el tiempo recorriendo iglesias.

―¡Cuando fuimos a la Basílica de San Pedro me dijiste que sería la última! ―le reprochaba él recordándole el pacto al que parecían haber llegado en la Ciudad del Vaticano.

―Tenemos tiempo de sobra, ¿qué más te da ir a verla? ―hablaba ella tratando de mantener un tono de voz cordial y dulce.

―En el próximo viaje irás sola a todos los sitios, te lo advierto ―terminó diciendo el anciano.

Lorenzo siempre viajaba solo, y aunque era cierto que hacía lo que le apetecía y cuando le apetecía, echaba de menos viajar agarrado del brazo de su esposa.

De repente, el llanto de un bebé de apenas unos meses inundó todo el fuselaje un avión. La desesperada madre de la criatura comenzó a sisearle y a mecerle al mismo tiempo intentando que se calmara, pero todos sus intentos por hacerle callar fueron en vano.

―Shhh, duérmete mi vida, no vayas a darle el viaje a mamá por favor…

Le imploraba con un deje de desesperación que hacía intuir el hastío que sentía cada vez que su retoño rompía a llorar sin motivo aparente.

Ante el berrinche, el resto de pasajeros se mostró especialmente comprensivo y paciente, como Lorenzo, que sonreía melancólicamente al escuchar el llanto lleno de vida de cualquier bebé.

Y aunque nadie se quejó por la llantina, un hombre joven y trajeado con pinta de ejecutivo que avanzaba por el pasillo con el teléfono al oído, se tapó el otro con el dedo índice de su mano derecha para no escuchar al infante. Parecía mantener una acalorada discusión con su esposa.

―Te llamaré cuando llegue, ¿de acuerdo? Ahora tengo una llamada en espera que tengo que atender.

Un inciso.

―¡Haz lo que quieras! ―arguyó cansado―. Adiós.

Y tras pulsar un botón en la pantalla táctil de su celular, siguió hablando de negocios con la persona que aguardaba pacientemente tras la llamada en espera.

Lorenzo sonrió disimuladamente. Se acababa de ver reflejado en aquel joven impetuoso y cegado por su trabajo cuando él ejercía como abogado treinta años atrás. Ahora, prejubilado, se había dado cuenta de que su prioridad en la vida no debió ser “vivir para trabajar”, sino “trabajar para vivir”.

Su salto al pasado se vio interrumpido por una riña entre hermanos preadolescentes que peleaban por una chocolatina que su madre tenía guardada para el camino.

―¡Es mía! ―se regodeaba el hermano mayor blandiendo la golosina como señal de victoria tras cogerla del bolso de su madre.

―¡No! ¡Mamá dile algo! ―protestaba la chica tratando de recuperarla en vano.

―¡Ya está bien! ―intercedió la madre―. Dame ahora mismo la chocolatina ―le ordenó a su hijo con el semblante serio―. Para ninguno ―dictaminó categóricamente cuando la hubo recuperado.

Lorenzo también había tenido una hermana menor y sabía que aquellas disputas eran típicas entre hermanos. Con el tiempo, ambos aprenderían a quererse y respetarse.


El vuelo estaba transcurriendo con normalidad, como un velero surcando la mar en calma, y Lorenzo decidió intentar dormir un rato para hacer más llevadero el viaje, pero de pronto el avión tembló. Algunas turbulencias comenzaron a sacudir el aparato, y en pocos segundos los pequeños temblores fueron volviéndose cada vez más violentos. Hubo gente que empezó a ponerse nerviosa…

Una vez pasado el susto, y cuando todos hubieron creído que la situación había vuelto a la normalidad, las máscaras de oxígeno se descolgaron para horror del pasaje.

La voz del capitán sonó por megafonía atropelladamente llena de desesperación:

―Señores pasajeros, les habla el comandante, hemos sufrido una descompresión explosiva que ha dañado la aeronave comprometiendo el sistema hidráulico y hemos perdido el control. Nos estamos precipitando al vacío, por favor mantengan la calma y permanezcan en sus asientos.

El caos estaba servido. Todos los pasajeros empezaron a gritar desesperados y a moverse de un lado a otro sin saber qué hacer. Las azafatas estaban desbordadas y nada de lo que habían aprendido durante su formación parecía servirles de mucho en un caso de emergencia real. Todos veían la muerte tan cercana, que una vez pasada la histeria inicial, la resignación fue lo único que les quedó.

Lorenzo había vivido lo suficiente, y cuando pareció asumir que el final había llegado, se consoló al pensar que al menos podría reunirse con su esposa.

De repente, mientras el avión vibraba, se produjo un extraño silencio, y Lorenzo pudo oír a todos lo que antes habían llamado su atención de una forma u otra.

El joven que no quería hablar con su madre guardó su reproductor mp3 y pidió perdón a la mujer que, entre lágrimas, abrazó a su hijo con todas sus fuerzas diciéndole lo mucho que le quería.

Ojala hubiese tenido más tiempo para hablar con ella, pensó Lorenzo para sí mismo.

El hombre de la pareja que no parecía ponerse de acuerdo sobre el mejor momento para tener un hijo puso la mano sobre el vientre de su esposa y le dijo que ojalá hubiesen tenido un hijo antes y que ella hubiese sido la mejor madre del mundo. Ella lloró y se abrazaron.

Ojalá se hubiese dado cuenta antes de que le hubiera gustado tener un hijo con la mujer que amaba.

La pareja de ancianos de delante, por su parte, se miraron y, aunque aquello bastó para decirse mutuamente lo que sentían, él le dijo que habría ido con ella a cualquier rincón del mundo.

Ojalá se hayan dado cuenta de que haber pasado la vida uno en compañía del otro había sido el mayor viaje que habían hecho juntos, fue el pensamiento de Lorenzo ahora.

La madre primeriza abrazaba a su hijo contra su pecho y le susurraba sin cesar cuánto lo quería, que su llanto era la más bella melodía que podía escuchar.

Ojalá hubiese tenido más tiempo de disfrutar de su pequeño y hubiese vivido para verlo crecer.

El hombre joven y trajeado con pinta de ejecutivo había llamado a su mujer y le decía arrepentido que no debió descuidarla, que ella era lo más importante de su vida y que sentía no haber estado a la altura de su matrimonio.

Ojalá hubiese aprendido antes cual era el orden correcto de sus prioridades en la vida, fue el deseo de Lorenzo en esta ocasión.

Por último, la pareja de hermanos que se disputaba la chocolatina se pidieron perdón mutuamente y lamentaron no haber compartido más el uno con el otro. Su madre los abrazó, sacó la chocolatina y la repartieron entre los tres.

Ojalá hubiesen tenido más tiempo para valorar lo que significaba tener un hermano y poder compartirlo todo con él.


No debía quedar mucho tiempo para que el avión se estrellara, y mientras todos los pasajeros esperaban con resignación su aciago destino, el comandante hablaba en privado con su primer oficial en la cabina:

―¿Hasta cuándo vas a seguir haciendo eso? ―le preguntó con un deje disonante.

―Hasta que haya concienciado al mayor número de personas de que valoren lo que tienen… ―respondió totalmente convencido de lo que decía.

―El día que alguien se dé cuenta o alguna azafata se vaya de la lengua vamos a ir los dos a la calle. Lo sabes, ¿no?

―Soy consciente de ello, pero ya sabes que desde que me diagnosticaron cáncer, valoro mucho más las cosas buenas y sencillas que todos tenemos en nuestras vidas, solo quiero que el resto de personas llegue a la misma conclusión que yo sin tener que llegar a mi situación…


A los pocos minutos, el avión pareció estabilizarse y el comandante anunció, para alivio y regocijo de todos los pasajeros, que la avería había sido reparada y no corrían peligro alguno.


Lorenzo fue el único que no se alegró del todo por la buena nueva. Después de todo, se había hecho a la idea de ver a su esposa.





ÁLVARO CALVETE 

2 comentarios:

  1. Ufffffff,no tengo palabras.....muy intenso, realmente te hace pensar en lo importante de la vida.
    Muy emotivo!!!
    Silvia

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  2. Muchas gracias Silvia!!! no había visto tu comentario. Da que pensar sí, y aunque es un poco brusca la manera de concienciar a la gente, no es hasta que te pasa algo de esto cuando te das cuenta de lo realmente importante en la vida. Besos!!

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